Trigo por Oro.

Otra de las historias que recuerdo hace referencia a un molino ya desaparecido hace muchos años. Se trata del molino “El Tío Bueno” (entendiendo lo de bueno por bondad).

La leyenda relata un hecho que ocurre en la mágica noche de San Juan y que proporciona la posibilidad de cambiar la fortuna personal al poder conseguir un pequeño, o un gran tesoro. Todo dependerá del valor o de la temeridad de quien lo intente.

Según cuenta la leyenda, en la noche de San Juan, en una de las paredes exteriores del molino, más concretamente en alguna de aquellas cercanas u orientadas al “Bañuelo”, tenía lugar un hecho fantástico. Exactamente a medianoche, aparecía una puerta mágica que sólo permanecía abierta el tiempo exacto que las piedras del molino (muelas) empleaban en dar tres vueltas completas.

La puerta en la pared daba acceso a un lugar mágico en el que se podía cambiar trigo por oro. Y todo aquel que fuese conocedor de tan fantástico fenómeno si quería tentar la suerte, tenía que hacer lo siguiente:

1)  Aprovisionarse de una talega llena con media fanega de trigo (unos 37kg).

2)  Entrar por aquella puerta en el momento justo en que esta se abría.

3)  Recorrer un pasillo hasta llegar a una sala donde había poca luz y allí:

a)  Vaciar el trigo que llevaba en la talega en el troj de la izquierda.

b) Rellenarla después con algo que parecía salvado y tierra en el troj que había a la derecha (llenar o poner en ella la cantidad que quisiese).

4) Deshacer el camino por el que había entrado antes de que las muelas (piedras) finalizasen la tercera vuelta.

5) Alejarse del molino corriendo, hasta llegar al cerrillo San Gregorio sin poder mirar atrás ni tampoco el contenido del saco.

6) Cuando se llegaba a este cerrillo, sentarse y mirar en la talega para comprobar que su contenido se ha convertido en oro.

 

De no hacerlo así ocurrirían otras cosas:

·   Si aquel que entraba se entretenía demasiado y al intentar salir, las piedras ya habían girado tres veces, le sería imposible hacerlo porque la puerta había desaparecido y para lograrlo tendría que esperar hasta el próximo San Juan (todo un año). Si es que entonces encontraba la puerta.

·   Si conseguía salir, pero dejaba de correr o la curiosidad hacía que mirase en la talega antes de llegar al cerrillo San Gregorio, la decepción también sería grande, porque en la talega sólo encontraría arena.

 

Las Hadas Lavandinas.

Cuando aún no se disponía de agua corriente en las casas y las mujeres tenían que ir a la acequia, a la zanja (molino Lenteja) o al río (generalmente por debajo de la herrería frente a la casa del guarda hasta el martinete) para lavar la ropa. Contaban que en alguna ocasión y por casualidad habían visto a las hadas lavandinas o lavanderas (seres de cuerpos pequeños y alas brillantes) cerca del agua. Y entre ellas había incluso quienes afirmaban que habían tenido la oportunidad de ver la ropa que tendían cerca del río, entre las rocas de la orilla.

Se tiene constancia de que estas hadas sólo viven muy cerca de: fuentes, ríos, arroyos o barrancos de montaña que mantienen una corriente de agua limpia y cristalina durante todo el año. Al igual de que sus lugares favoritos para estar durante más tiempo son los remansos y pozas de aguas tranquilas. 

También se sabe que estas hadas tienen un carácter tímido y huidizo que favorece el que sea muy difícil llegar a verlas. No obstante, en la noche de San Juan (noche mágica por excelencia), son menos precavidas que de costumbre, hacen y tienden su colada rápidamente, porque en esta noche tan especial el tiempo que les queda lo dedican a bailar, divertirse y recargar sus poderes mágicos (se cree que son capaces de manejar el agua a su voluntad, pueden secar fuentes y parar manantiales). 

Por todo lo dicho anteriormente y según la leyenda "si esa noche mágica", alguien consigue apoderarse de una de las prendas que las hadas tienen tendidas entre las rocas (mientras la conserve tal y como la encontró), siempre le sonreirá la suerte, tendrá buena fortuna e incluso podrá llegar a hacerse rico.

Otra de las características que distingue y diferencia a las hadas lavandinas es que durante el día son seres alegres, les gusta jugar y bailar en la hierba de la orilla del río  preferiblemente al amanecer, cuando las gotas de rocío lo bañan y refrescan todo. Pero por las noches sin embargo y a la luz de la luna, entonan cantos melancólicos que suelen confundirse con el ruido que hace el viento cuando pasa entre las rocas o la vegetación de la orilla.

Explicaban también que en esta historia hay un lado negativo, y es que si se interfiere en: sus actividades, juegos, baños,… o se las molesta, suelen enfadarse fácilmente y el enfado conlleva generalmente consecuencias negativas para quien lo causa (aunque su reacción no siempre sea la misma). Así, si quien ve a las hadas, entra en su mundo y participa de sus actividades, puede acabar encantado como ellas, siendo su esclavo o su sirviente para siempre. También puede aparecer a kilómetros de distancia del lugar donde se encontraba sin saber cómo ha llagado hasta allí, …

 

La Cueva de la Mora

El origen de esta historia se remonta a la época en la que el reino Nazarí dominaba estas tierras y sus montañas. 

Una princesa de la corte Granadina que no se comportó como su padre le pedía, fue castigada alejándola de palacio y de su despreocupada vida. En un primer momento fue confinada en el Bañuelo a la espera de que cambiase su actitud. Pasado un tiempo prudencial y después de comprobar que persistía en su comportamiento sin arrepentirse de nada, fue castigada nuevamente, pero esta vez fue encerrada en una gruta-cueva (convenientemente camuflada). 

Con la ayuda de un hechicero realizaron un encantamiento que impediría a la princesa: envejecer y salir de la gruta en la que estaba encerrada. En definitiva, la condenaban a vivir sola para siempre. Aunque a modo de consuelo también le concedieron algún poder mágico con el conjuro.

Muchos, muchos años después de aquel acontecimiento, una mujer del pueblo que buscaba setas en las alamedas del río, descubrió por casualidad la entrada de la cueva en la que habían confinado a la princesa. La mujer, dejándose llevar por la curiosidad, se acercó a la entrada y, cuál no sería su sorpresa al ver que en su interior había una joven de apariencia agradable que por señas la invitaba a entrar. Sin pensar en los peligros o acontecimientos que pudiesen esperarle, se dirigió con paso firme al interior de la cueva. Después de una breve presentación, entablaron una larga y animada  conversación, acordando al despedirse repetirla con regularidad. Desde ese día, cada semana la mujer se desplazaba  a aquella gruta para hacer compañía a la joven y hablar largo y tendido.

Entre la gente del pueblo había quien comenzaba a hacer comentarios, más que nada por la curiosidad que despertaba comprobar que cada semana la veían marchar hacia el río, cuando ella "no tenía tierras, animales o bosque que cuidar allí" y para aumentar aún más la curiosidad, si alguien le preguntaba "A dónde vas hoy" siempre encontraba alguna escusa que dar. Había incluso quien sospechaba que tenía algún "lío extraño", sobre todo, porque esta mujer que hasta hacía poco tiempo había tenido una economía poco saneada (estrecheces económicas), desde el día que comenzaron sus viajes al río, había cambiado a mejor de forma muy evidente: mejoró su economía y desaparecieron sus estrecheces, en definitiva, mejoró y mucho su nivel de vida. Y sobre todo, lo que más intrigaba a los curiosos, era que nadie sabía la razón o el motivo que originaba ese cambio.

La realidad sin embargo era bien diferente: en cada una de sus visitas semanales a la cueva de la princesa, primero hablaban un buen rato, después le lavaba la cabeza y con un peine de oro macizo y empuñadura de piedras preciosas desenredaba y componía su larga melena. A cambio de su compañía y del trabajo de peluquería, la princesa le entregaba unas pepitas o unas monedas de oro que la mujer se encargaba de cambiar y administrar adecuadamente.

Pero como suele ocurrir en este tipo de historias no todo podía ser bonito y durar para siempre y aquí, también había "un qué". El día que habló con la princesa por primera vez, ésta le puso dos condiciones ineludibles:

  1. Al salir de la cueva y mientras se dirigía al pueblo, nunca podría mirar hacia atrás. Si lo hacía, el oro que le había entregado se convertiría en piedra, perdería todo lo que no hubiese cambiado y jamás volvería a encontrar el camino a la cueva.
  2. Si contaba a alguien lo que hacía allí o les indicaba la ubicación de la cueva. Jamás podría acercarse a menos de 1000 metros de aquel lugar, porque si lo hacía se quedaría encerrada con ella en la cueva.

La mujer tenía siempre muy presente estas advertencias y nunca miró hacia atrás ni comentó con nadie lo que hacía ni a dónde iba. Pero la fortuna (que siempre es cambiantequiso que un mal día mientras regresaba a casa oyera el mugido de un toro o de una vaca a su espalda. De manera instintiva se volvió para ver si estaba en peligro y en ese mismo momento toda su riqueza desapareció para siempre. Y aunque en otras muchas ocasiones intentó encontrar la cueva de la princesa, ésta no se dejó ver ni tampoco nunca más se ha sabido de ella. También es posible que después de tanto tiempo, esté esperando a la entrada de su cueva a que alguien le haga un poco de compañía y le arregle su larga cabellera.

 

La Piedra de la Virgen.

El barranco la Piedra es sin duda alguna, (o era), el más conocido de entre todos los existentes en la sierra. El motivo de esta popularidad es que en su parte más alta, casi donde comienza el barranco hay una gran piedra con forma de columna (que a simple vista puede apreciarse desde el pueblo) sobre la que hay colocada una imagen de la virgen de las nieves y a la que cada año durante el mes de agosto se iba en romería en honor a la Virgen.

Pero, ¿por qué la imagen está colocada en esa gran roca? Una narración tradicional (aunque no sea la real) lo explica de la siguiente manera: Un día del mes de agosto del año 1900 y algo, (festividad de la Virgen), venía de la dehesa Los Llanos hasta Lugros un arriero con su burro bien cargado de lo que allí había comprado. Cuando cruzaba el Cerro de la Calavera por el puerto las Borregas le sorprendió una tormenta terrible. De repente el cielo se cubrió de grandes nubes negras, acompañadas de espantosos truenos y heladores relámpagos que al momento descargaban gran cantidad de agua, granizos como huevos de codorniz y todo ello acompañado de una heladora ventisca. Pensando que había llegado el fin de sus días, el pobre arriero, buscó refugio en la enorme roca del barranco y se encomendó a la virgen de las nieves.

Según cuenta la tradición (leyenda), La Virgen en persona acudió en su auxilio. Con su hijo en brazos y rodeada de una intensa luz blanca se le apareció en la parte más alta de la piedra. En ese preciso instante cesó la tormenta y todo quedó en completa calma. El pobre arriero completamente inmóvil, sin poder retirar la vista de aquella visión y sin acabar de creer lo que ocurría. Comprobó que un extraño e inesperado calor, al tiempo que lo reconfortaba, le llenaba de paz, alegría y energías renovadas. La imagen desapareció lentamente (como una nube que se lleva el viento) y él, volviendo poco a poco a la realidad, observó que al igual que él, su burro y la carga tampoco habían sufrido daño alguno. Tan contento como perplejo por lo que acababa de ocurrir, continuó su viaje hasta Lugros sin ningún otro percance que reseñar.

Cuando el hombre llegó al pueblo y explicó lo que le había ocurrido, hubo quien no le creyó, e incluso quien le tomaba el pelo con su visión. El párroco sin embargo lo tomó mucho más en serio y propuso al ayuntamiento colocar una imagen de la Virgen sobre aquella Piedra, hacer una romería anual a la Piedra de la Virgen en el mes de agosto y celebrar allí una misa para invocar su protección sobre tantas y tantas personas: pastores, vaqueros, manojeros, leñadores, carboneros, arrieros,... que diariamente subían a trabajar a la sierra.

Por aquel entonces y hasta bastantes años después (1970 más o menos), la sierra era un pilar fundamental en la economía del pueblo.



La Fuente del Colodrillo

Esta fuente era conocida y muy utilizada por la gente del pueblo porque a sus aguas ferruginosas se les atribuían propiedades medicinales. Pero hace ya muchos años que nadie hace uso de ella y hasta es muy probable que el camino que bajaba desde el pueblo hasta la fuente haya desaparecido tapado por la vegetación circundante. Pero ¿por qué se utilizaba antes y ahora no? La respuesta es sencilla, no hace aún 80 años que la sanidad no era “universal ni gratuita, no había Seguridad Social, médico, ni medicinas para todos” y la gente tenía que buscar la cura de sus males con remedios caseros, plantas, hierbas medicinales y todo lo que encontraba en la naturaleza. Pues bien, uno de esos remedios eran las aguas ricas en hierro de la fuente del colodrillo.

La gente bajaba con uno o dos cantarillos a la fuente, que se localizaba cerca del río y bajo el saliente de una gran roca, que a su vez se empotraba en una pared de dura risca. Una vez allí, llenaban de agua sus vasijas y emprendían el camino de dura pendiente para regresar al pueblo. Pero en más de una ocasión a alguna de aquellas personas que iban a la fuente les sucedía algo tan extraño que las dejaba entre incrédulas y sorprendidas. Cuando llegaban al pueblo y ya en su casa lo explicaban a las vecinas o a quién quisiese escucharlas.

Es cierto que todos los relatos tenían algunas diferencias, pero también lo es que coincidían en lo esencial: “Todos afirmaban que cuando estaban llenando el cantarillo de agua si miraban con atención a la poza de piedra donde caía el agua de la fuente, veían que en el fondo había algo que brillaba y relucía como si de una joya o piedra preciosa se tratase. También coincidían en que aquellos que metían la mano en la poza para coger aquel objeto brillante a todos les sucedía lo mismo: un animal (para unos una serpiente pequeña, para otros una rata,…se movía rápidamente, les rozaba la mano y les impedía cogerlo, provocándoles un sobresalto (susto) tan grande que al levantar la cabeza para retirarse siempre se daban con el saliente de la roca en todo el colodrillo”, acabando más de uno aporreado. 


Por este hecho tan particular a la fuente se la llamaba así, “Fuente del Colodrillo” por los muchos golpes que los lugareños se habían dado en esa zona de la cabeza.

Por lo que respecta a “la o las joyas” que había en la fuente y que tan celosamente guardaba aquel misterioso animal, nada se ha sabido nunca de ellas. Es posible que sigan en la fuente, al igual que también lo es, que alguien consiguiese hacerse con ellas. Pero si fue así, no lo dijo a nadie y se sigue manteniendo el misterio.



El Peñón de la Vieja

Este peñón se encuentra poco más o menos a mitad de camino entre Lugros y La Herrería, en la ladera izquierda y a unos 30 metros sobre la carretera. De este peñón llaman la atención cuatro cosas: tamaño, color, forma y nombre. Hay varios relatos que hablan sobre él y a continuación transcribo uno en el que se pretende explicar ¿el por qué? de ese nombre tan particular.

La protagonista de la historia es una anciana bastante curiosa que como el resto de habitantes del pueblo sabía que en La Herrería había un duende, (El Martinico), pero precisamente por ser tan curiosa también conocía algo que probablemente la gran mayoría de habitantes ignoraba. Su secreto era que por ese lugar también pasaban otros duendes muy diferentes al martinico De ellos sabía que la mayor parte de su tiempo la dedicaban a buscar y extraer metales y piedras preciosas en la sierra.

De tanto en tanto estos duendes bajaban hasta La Herrería (siempre por la noche y vigilando para no ser vistos) cargados con sus minerales para fundirlos en el Martinete, (Almirecero para muchos), una parte aledaña a la fragua, en la que se trabajaba el bronce y hacían trabajos más delicados. (Aún pueden verse algunas de las paredes del horno).

Muchas noches la anciana iba hasta ese puntal, se sentaba o tumbaba en el suelo y desde allí esperaba pacientemente a que apareciesen aquellos seres fantásticos, que pusiesen en marcha el horno y que fundieran el metal. Se había propuesto averiguar: ¿Si era cierto que traían oro y piedras preciosas a la fundición?, ¿Cómo lo transportaban?, ¿Dónde lo escondían?. Pues tenía la intención de quedarse con todo lo que pudiese encontrar y para ello, era fundamental saber que hacían los duendes en aquel lugar.

Pasaron años sin que consiguiese descubrir nada, pero no se desanimó por ello, y por fin, una noche de luna llena aparecieron los duendes con animales cargados e incluso ellos mismos también llevaban a la espalda una especie de talega o saco que descargaban en el Martinete.

La anciana no podía creer lo que estaba ocurriendo, por fin se cumplía su deseo. Podría descubrir y ver lo que llevaba esperando tanto tiempo. Pero la suerte no estaba de su parte, tal vez por la emoción, los nervios o la ansiedad que este acontecimiento le producía, no fue suficientemente cautelosa, se puso en pie, hizo ruido y los duendes también la vieron a ella.

Uno de aquellos seres mágicos se desplazó hasta el lugar donde estaba arrodillada la anciana y la sorprendió bruscamente. “¿Qué haces aquí?”, “¿Qué buscas?”, “¿Nos estás espiando?” A la señora sólo se le ocurrió responder que estaba buscando piedras. El duende, ante una respuesta tan burda y viendo que quería tomarlo por un tonto, se enfadó mucho y le dijo: “Buscas piedras, pues por siempre las buscarás y una gran piedra serás” y tocándola con una especie de raíz que llevaba en la mano, la mujer quedó petrificada y se transformó en el peñón que podemos ver en ese puntal.

Aún hoy, son muchos los que afirman que si se mira al peñón desde un punto concreto, su forma recuerda al de una anciana con un pañuelo en la cabeza que arrodillada mira en dirección al Martinete.

El Barranco la Vieja

Este barranco se encuentra cerca del cortijo de la Zuela y discurre paralelo al Barranco el Almirez. Si nos preguntamos ¿Por qué tiene ese nombre? Aquí hay una posible respuesta.

Hace ya bastantes años, a los niños pequeños se les contaba que en ese barranco vivía un ser fantástico con apariencia de anciana y al que sólo podían ver ellos. Por ese motivo al barranco se le conoce como: "El Barranco la vieja" pero de una forma cariñosa, porque esa señora se dedicaba a la protección de la montaña y de todos sus moradores: animales, plantas y personas (carboneros, leñadores, manojeros, pastores,...) que trabajaban en ella. La anciana velaba por la seguridad y el bienestar de todos ellos, llegando incluso en algunos casos a una ayuda más tangible. Se decía de ella que vivía en cuevas, en oquedades del terreno, o en chozos hechos con troncos,... Es fácil suponer también que este personaje está relacionado e incluso que es el mismo que aparece en el relato “La cueva de la Zuela” lugar cercano a este barranco.

Por aquel entonces, era habitual que las personas que tenían estas profesiones, cuando regresaban a casa después de sus quehaceres diarios en la sierra, mostraran a sus hijos las alforjas, talegas o zurrones con alguna sorpresa que habían conseguido ese día (cerezas, maguillas, almendras, un conejo, aves,…) y que por supuesto hacía las delicias de los pequeños, sobre todo si la economía doméstica no era demasiado boyante. Por desgracia, algo bastante habitual para más de una familia en aquellos tiempos. Muchos padres contaban a los niños que La Vieja del barranco les había ayudado a conseguir aquellas cosas y que esa señora se preocupaba mucho por ellos. 

Se cuenta también que en ocasiones cuando alguno de estos trabajadores había ido acompañado por uno de sus hijos pequeños a ese barranco, "sobre todo con alguno al que le gustaba la montaña y que disfrutaba con el contacto directo de la naturaleza"mientras el padre se dedicaba a su trabajo, los niños se separaban un poco de ellos para jugar o simplemente para descubrir cosas nuevas en la montaña y era entonces cuando se les aparecía este ser con apariencia de señora mayor, de cara risueña y aire bonachón, que les transmitía confianza y con la que no tardaban en hacer buenas migas. La señora los acogía en su regazo como una abuela hace con sus nietos y hablaba con ellos de todo lo que les interesaba a los chicos. De esta forma se enteraba de cómo iban las cosas en casa, de sus preocupaciones y de si tenían hambre. Si descubría que era así, iba a un chaparro cercano que tenía un gran hueco en su tronco y de él sacaba pan, queso o alguna otra cosa que daba al niño para que comiese. Después enseñaba a los niños el camino de vuelta para que pudieran reunirse con su padre y en muchas ocasiones les decía lo siguiente: “Dile a tu padre que cuando no tenga nada que darte para comer, al llegar por la mañana deje su talega en el hueco de aquel chaparro y que la recoja por la tarde antes de marcharse”.

Y cuando el padre recogía la talega encontraba que ésta contenía pan, queso, conejos, aves e incluso algún corderito, pero si alguno de aquellos hombres ponía la talega sin tener una necesidad real o simplemente porque era un poco perezoso y no hacía todo lo posible por su familia perdía la talega y nunca más encontraba el camino a aquel chaparro.

El Barranco el Almirez

En la sierra hay otro barranco que tiene también un nombre curioso, “El Barranco el Almirez”, y, ¿Por qué este nombre? Pues cuando hice esa pregunta me contaron la siguiente historia.

Después que El Zagal entregara Guadix y Almería a las tropas de los Reyes Católicos, sus pobladores tenían dos opciones, quedarse en la ciudad bajo las leyes y costumbres cristianas convirtiéndose más tarde o más temprano  en Mudéjares, o marcharse a otras ciudades donde aún continuasen vigentes sus costumbres, leyes y religión. 

Los que se marchaban, (sobre todo los más pudientes) podían escoger entre dos rutas:

  • La primera: viajar hasta la ciudad de Granada donde aún reinaba Boabdil.
  • La segunda: más larga, peligrosa e insegura pues su objetivo final era el de llegar al norte de África. Donde podrían vivir tranquilos, lejos ya de la guerra. 

Aquellos que se decidían por la segunda opción, primero debían cruzar la sierra, llegar a las Alpujarras y posteriormente dirigirse a los puertos de Motril o Almuñécar y desde allí embarcar dirección al norte de África. Para alcanzar esta meta también se utilizaban dos rutas diferentes: Una, ir hasta la Calahorra, cruzar la sierra por el puerto La Ragua y llegar hasta Trevélez. Otra, ir hasta Lugros, subir a la parte más alta de la sierra, cruzarla por el Puntal de Juntillas y llegar hasta Trevélez. 

El protagonista de este relato fue uno de los muchos viajeros que escogieron este último camino para hacer la travesía. Como todos los que se marchaban de la ciudad, con ellos llevaban (bien escondidas) sus pertenencias más valiosas (oro, plata, joyas,…), que entre otras cosas les permitirían pagar el pasaje en Motril y comenzar una nueva vida en otro lugar. 

Nuestro hombre, entre otras cosas de valor, llevaba uno o más vasos de oro macizo adornados con piedras preciosas, pero quizá por las prisas o por simple negligencia no los había escondido lo suficientemente bien. En uno de los descansos que se hacían en el camino "pasado ya el pueblo de Lugros y antes de comenzar la cuesta de los picones" un integrante del grupo, (más curioso que los demás)  vislumbró el tesoro que este hombre llevaba e intentó sonsacarle información sobre los objetos que escondía en su saco. Éste le contestó que se trataba de un simple almirez y otros utensilios de cocina que habían pertenecido a su familia durante generaciones, sin otro valor que el sentimental. Pero como a pesar de la respuesta un par de aquellos hombres aún seguían insistiendo en que se los dejase ver, les dio diversas escusas para salir del paso y sin comentarlo con nadie, aprovechó un momento en que todos estaban distraídos y nadie prestaba atención a lo que él hacía para separarse del grupo y esconderse entre unos matorrales, "ya no se sentía seguro entre ellos".

Cuando en el grupo alguien notó su ausencia dio el aviso y todos  comenzaron a buscarle. Él veía como intentaban localizarlo por los alrededores, oía las voces que le llamaban con insistencia e incluso pudo ver cómo alguno de ellos deshacía parte del camino para encontrarlo, pero no contestó, permaneció inmóvil sin hacer el más mínimo ruido, se quedó muy, muy quieto, en su escondite para que nadie pudiese encontrarle. Después de un buen rato, el grupo dio por finalizada la búsqueda y siguió caminando hasta que poco a poco desapareció de su vista. Por su parte, él también se puso en marcha pero en dirección este, y lo hizo hasta que encontró otro barranco que subía a la sierra, que era lo suficientemente grande y estaba lo suficientemente alejado del otro camino que era totalmente imposible que pudiesen verlo. 

Inició su andadura barranco arriba y tras caminar un buen rato se sentó a descansar, mientras lo hacía, reflexionó sobre todo lo sucedido y comprobó que seguía desconfiando de aquellos hombres, pero además, ahora que iba solo, también desconfiaría de cualquiera que pudiese encontrar en el camino. Así que después de pensarlo y repensarlo un buen rato, decidió que lo mejor sería buscar un lugar seguro para esconder su tesoro y volver a recogerlo cuando las circunstancias fuesen más propicias. Siguió caminando barranco arriba hasta que encontró un lugar que le pareció perfecto para sus intereses. No se sabe si el lugar donde escondió su tesoro era una pequeña cueva, un hueco entre unas rocas o si simplemente lo enterró cerca del tronco de un árbol, sólo, que en conjunto, el lugar, le recordaba la forma de un almirez. Después de eso, el hombre continuó su camino, pero ya no pudo marcharse a África, no tenía dinero para hacerlo y se quedó en las Alpujarras viviendo con los moriscos.

Ya anciano y poco antes de morir, el hombre llamó al mayor de sus hijos y le dijo  "Si algún día quieres abandonar esta tierra o simplemente tener un futuro mejor, puedes ir a la sierra de Lugros y allí, buscar un tesoro escondido que no logré traer en el momento de la huida de Guadix". Le explicó de la forma más detallada posible lo que recordaba del viaje, el recorrido que hizo y la localización del tesoro en el escondite del barranco.

El hijo deshizo el camino que había hecho su padre muchos años antes. Bajó el barranco, llegó al pueblo, volvió a subir, y a bajar, buscar y rebuscar, para volver a comenzar sin obtener el resultado esperado. Cuando la gente del pueblo se cruzaba con él y le preguntaba: ¿A dónde vas? o ¿De dónde vienes? La respuesta según el caso era:  “Al barranco el Almirez” o “del barranco el Almirez” y desde entonces el barranco se conoce con ese nombre.

Después de buscar durante casi un mes sin conseguir ningún resultado, el hijo volvió a su casa convencido de que jamás lo encontraría. Pero desde entonces, otros muchos han seguido buscando ese tesoro sin que de momento nadie lo haya  encontrado y si alguien lo ha hecho no lo ha dicho.



Trigo por Oro.

Otra de las historias que recuerdo hace referencia a un molino ya desaparecido hace muchos años. Se trata del molino “El Tío Bueno” ( entend...