En la sierra hay otro barranco que tiene también un nombre
curioso, “El Barranco el Almirez”, y, ¿Por qué este nombre? Pues cuando hice
esa pregunta me contaron la siguiente historia.
Después que El Zagal entregara Guadix y Almería a las
tropas de los Reyes Católicos, sus pobladores tenían dos opciones, quedarse en la ciudad bajo las leyes y costumbres cristianas convirtiéndose más tarde o más temprano en Mudéjares, o marcharse a otras ciudades donde aún continuasen vigentes sus costumbres, leyes y religión.
Los que se marchaban, (sobre
todo los más pudientes) podían escoger entre dos rutas:
- La primera: viajar hasta la ciudad de Granada donde aún reinaba Boabdil.
- La segunda: más larga, peligrosa e insegura pues su objetivo final era el de llegar al norte de África. Donde podrían vivir tranquilos, lejos ya de la guerra.
Aquellos que se decidían por la segunda opción, primero debían cruzar la sierra, llegar a las Alpujarras y posteriormente dirigirse a los puertos de Motril o Almuñécar y desde allí embarcar dirección al norte de África. Para alcanzar esta meta también se utilizaban dos rutas diferentes: Una, ir hasta la Calahorra, cruzar la sierra por el
puerto La Ragua y llegar hasta Trevélez. Otra, ir hasta Lugros, subir a la parte más alta de la sierra, cruzarla por el Puntal de Juntillas y llegar hasta Trevélez.
El protagonista de este relato fue uno de los muchos viajeros que escogieron este último camino para hacer la travesía. Como todos los que se marchaban de la ciudad, con ellos llevaban (bien
escondidas) sus pertenencias más valiosas (oro, plata, joyas,…), que entre otras cosas les permitirían pagar el pasaje en Motril y comenzar una nueva vida en otro lugar.
Nuestro hombre,
entre otras cosas de valor, llevaba uno o más vasos de oro macizo adornados con
piedras preciosas, pero quizá por las prisas o por simple negligencia no los había escondido lo suficientemente bien.
En uno de los descansos que se hacían en el camino "pasado ya el pueblo de Lugros y antes de comenzar la cuesta de
los picones" un integrante del grupo, (más curioso que los demás) vislumbró el tesoro que este hombre llevaba e intentó sonsacarle información sobre los objetos que escondía en su saco. Éste le
contestó que se trataba de un simple almirez y otros utensilios de cocina que habían pertenecido a su familia
durante generaciones, sin otro valor que el sentimental. Pero como a pesar de la
respuesta un par de aquellos hombres aún seguían insistiendo en que se los dejase ver, les dio diversas escusas para salir del paso y sin comentarlo con nadie, aprovechó un momento en que todos estaban distraídos y nadie prestaba atención a lo que él hacía para separarse del grupo y esconderse entre unos matorrales, "ya no se sentía seguro entre ellos".
Cuando en el grupo alguien notó su ausencia dio el aviso y todos comenzaron a buscarle. Él veía como intentaban localizarlo por los alrededores, oía las voces que le llamaban con insistencia e incluso pudo ver cómo alguno de ellos deshacía parte del camino para encontrarlo, pero no contestó, permaneció inmóvil sin hacer el más mínimo ruido, se quedó muy, muy quieto, en su escondite para que nadie pudiese encontrarle. Después de un buen rato, el grupo dio por finalizada la búsqueda y siguió caminando hasta que poco a poco desapareció de su vista. Por su parte, él también se puso en marcha pero en dirección este, y lo hizo hasta que encontró otro barranco que subía a la sierra, que era lo suficientemente
grande y estaba lo suficientemente alejado del otro camino que era totalmente imposible que pudiesen verlo.
Inició su andadura barranco arriba y tras caminar un buen rato se sentó a descansar, mientras lo hacía, reflexionó sobre todo lo sucedido y comprobó que seguía desconfiando de aquellos hombres, pero además, ahora
que iba solo, también desconfiaría de cualquiera que pudiese encontrar en el camino. Así que después de pensarlo y repensarlo un buen rato, decidió que lo mejor sería buscar un lugar seguro para esconder su tesoro y
volver a recogerlo cuando las circunstancias fuesen más propicias. Siguió
caminando barranco arriba hasta que encontró un lugar que le pareció perfecto
para sus intereses. No se sabe si el lugar donde escondió su tesoro era una
pequeña cueva, un hueco entre unas rocas o si simplemente lo enterró cerca del
tronco de un árbol, sólo, que en conjunto, el lugar, le recordaba la forma de un
almirez. Después de eso, el hombre continuó su camino, pero ya no pudo marcharse a
África, no tenía dinero para hacerlo y se quedó en las Alpujarras viviendo con los moriscos.
Ya anciano y poco antes de morir, el hombre llamó al mayor de sus hijos y le dijo "Si algún día quieres abandonar esta tierra o simplemente tener un futuro mejor, puedes ir a la sierra de Lugros
y allí, buscar un tesoro escondido que no logré traer en el momento de la huida de
Guadix". Le explicó de la forma más detallada posible lo que recordaba del viaje, el recorrido que hizo y la localización del tesoro en el escondite del barranco.
El hijo deshizo el camino que había hecho su padre muchos años antes. Bajó
el barranco, llegó al pueblo, volvió a subir, y a bajar, buscar y rebuscar, para volver a comenzar
sin obtener el resultado esperado. Cuando la gente del pueblo se cruzaba con él y le
preguntaba: ¿A dónde vas? o ¿De dónde vienes? La respuesta según el caso era: “Al
barranco el Almirez” o “del barranco el Almirez” y desde entonces el barranco
se conoce con ese nombre.
Después de buscar durante casi un mes sin conseguir
ningún resultado, el hijo volvió a su casa convencido de que jamás lo encontraría. Pero desde entonces, otros muchos han seguido buscando ese tesoro sin que de momento nadie lo haya encontrado y si
alguien lo ha hecho no lo ha dicho.