La Laguna de las Yeguas.
Cuenta una extraña historia que en primavera, durante el
periodo de deshielo, un pastor apacentaba su rebaño junto a la Laguna de las
Yeguas. Estaba en sus quehaceres cuando escuchó una voz espantosa, tenebrosa y profunda,
que clamaba por salir de su encierro, al tiempo que otra respondía que todavía
no era tiempo, pues su maldad era aún muy grande.
El buen hombre intentó huir, pero no pudo, el terror
había paralizado sus piernas y su cuerpo también, y fue así, como si de una
estatua de piedra se tratase, como vio a dos magos que se acercaban a la laguna
y tras llegar a la orilla, entonaron una extraña salmodia, hicieron extraños
signos cabalísticos y al finalizar lanzaron una red al agua. Esperaron un
momento para recoger la red y al sacarla del agua comprobaron que dentro había una yegua blanca de gran belleza. Volvieron a
lanzar la red por segunda y por tercera vez, sacando sucesivamente una yegua
azul y otra negra, tras lo cual, una profunda decepción se dibujó en sus
rostros. Se dijeron, nos ha esquivado nuevamente “El caballo rojo”. (Un caballo que hará invencible a
quién lo posea).
Habrá que esperar un año más, hasta el próximo deshielo y
diciendo esto desaparecieron sin más. Se
escuchó entonces un silbido prolongado que provenía de la laguna y enderezando
sus orejas, las yeguas se lanzaron al galope, volviendo a sumergirse en la
profundidad de sus aguas.
Los Tres Diamantes Negros.
Cuenta una leyenda que sintiendo el rey Muley Hacen que
su fin estaba próximo, hizo llamar a su hijo (el príncipe Abul Haxig) a su retiro del castillo de Mondújar y recibiéndolo en su lecho de muerte
le contó la historia en la que se explica cómo un rico labrador llamado Al
Hamar llegó a ser rey de Granada.
Al Hamar era un fiel practicante de su fe que desesperado
ante el avance de las tropas cristianas oraba a Alá suplicando algún medio para
detenerlos, cuando por sorpresa un día escuchó una fuerte voz, a la vez que se
le aparecía un espectro que, entregándole tres diamantes negros de inigualable
belleza le hizo prometer que llegada la hora de su muerte los legaría a su
sucesor y que este gesto se repetiría de generación en generación. Sólo cumpliendo
esta promesa la bandera del Islam
ondearía para siempre en esta tierra.
Acabada la historia, Muley Hacen contó a su hijo que ante
la amenaza de una posible guerra y como consecuencia de la inestabilidad que se
respiraba en el reino, a modo de protección decidió esconder los tres diamantes
en una profunda gruta, en lo más alto de Sierra Nevada y que llegada ya su hora
le hacía partícipe de su historia entregándole un pergamino con las
indicaciones necesarias para hallar la gruta y recuperar los diamantes. Poco
después el rey expiró en su lecho.
Cuando Abul Haxig se dirigía a Sierra Nevada para cumplir
el encargo de su padre tuvo la mala fortuna de caer en una emboscada tendida
por sus enemigos, con tan mala suerte que en la batalla perdió el pergamino y pocos
días después también la vida en brazos de su hijo Abú Abd Allah, no sin antes
transmitirle el legado del abuelo.
Poco tiempo después Abú Abd Allah comenzó a registrar la
Sierra pero sin el pergamino que Muley Hacen dio a su hijo era imposible
encontrar la gruta, sin embargo el continuó en su búsqueda día tras día y de
este modo, el invierno vino sobre él, muriendo bajo sus heladas nieves.
Se dice que el mismo día de su muerte Granada cayó en
manos cristianas, que nadie ha podido encontrar jamás los diamantes y que aún
hoy continúan ocultos en las profundidades de Sierra Nevada.
La Tumba del Rey Muley Hacen.
Cuentan que cuando el rey Muley Hacen fue destronado por su hijo Boabdil, se retiró del mundo refugiándose en la alcazaba de Mondújar. Allí, alejado de todos, pasó sus últimos años, con la única compañía de su favorita, Zoraya y de los hijos que había tenido con ella.
Cuentan que cuando el rey Muley Hacen fue destronado por su hijo Boabdil, se retiró del mundo refugiándose en la alcazaba de Mondújar. Allí, alejado de todos, pasó sus últimos años, con la única compañía de su favorita, Zoraya y de los hijos que había tenido con ella.
Vivía el viejo rey amargado, siempre encerrado en la
torre más alta de la fortaleza, mirando sin descanso las altas y lejanas
cumbres de Xolair, que mas tarde la llamaría Sierra Nevada y escuchando las
historias que sobre ella le contaba su amada Zoraya.
Llegó a tal punto su anhelo por estar allí que concibió
el deseo de ser enterrado en ese lugar, lejos de los hombres, con la única
compañía del cielo infinito. Y así, sintiendo que su fin se aproximaba pidió
que lo sepultaran allí, donde nadie pudiera jamás turbar la paz de su espíritu.
Se dice que su amada Zoraya cumplió su deseo,
enterrándolo en lo más alto de la Sierra, entre las nieves eternas, donde solo
reina el silencio.
La Escoba del Diablo.
Cuentan que hace varios cientos de años en la sierra existió
un castillo cuyos restos se pueden ver aún. En él habitaban un rico señor
feudal y su hija, a la que guardaba celosamente. Cuando la joven hubo cumplido
20 años, el padre la prometió en matrimonio a un señor de la comarca, tan rico
y poderoso como él, pero igual de déspota y brutal, sin sospechar que, pese a
su encierro, la joven se había enamorado de un pastor de la zona y era
correspondida.
Cuando los amantes conocieron la noticia y a pesar de
saber que no había esperanza, decidieron escapar y morir si era necesario,
antes que separarse. Así, al caer la noche, el pastor se dirigió en busca de su
amada, cuando iba de camino se encontró con un hombre “que se identificó como el diablo” que se ofreció para ayudarlo. El joven aceptó
su ayuda, y éste le proporcionó al joven una escoba capaz de barrer la nieve
por sí sola.
Una vez juntos, los jóvenes huyeron a través de la
Sierra, llegando hasta las inmediaciones
del Mulhacén. Desde allí comprobaron que un numeroso grupo de soldados los
perseguían y que les ganaban terreno sin descanso. El joven recordó entonces
que aún tenía la escoba que le había dado el diablo. Sin pensarlo dos veces el
joven puso a barrer la escoba y esta lo hizo de tal modo, que sepultó a sus
perseguidores bajo la nieve que despedía.
Cuenta la leyenda que la escoba quedó allí olvidada por
los amantes y que aun hoy sigue barriendo la nieve originando grandes ventiscas
en aquella montaña.