El Martinico

En la Herrería, vivía una familia de labradores que además de preocuparse por el sustento de sus hijos y el suyo propio, tenía que aguantar “más por necesidad que por paciencia”, las inconveniencias, bromas y trastadas de un molesto huésped que se había colado en el cortijo.

El huésped en cuestión no era ni más ni menos que un “Martinico”, (Especie de duende o gnomo de un color entre verde claro y amarillo limón) cuya única ocupación y entretenimiento era: 

  • Gastar bromas pesadas.
  • Apagar las luces (candiles). 
  • Hacer ruidos en la alacena.
  • Tirar pucheros, cacerolas y otros utensilios de cocina. 
  • Esconder: ropa, comida, herramientas,... 

Y otras miles de cosas que se le ocurrían para pasar el rato y reírse a costa de los pobres labradores.

Desde el minuto número uno en que este molesto ser apareció en sus vidas, los labradores no tuvieron un momento de tranquilidad, de descanso o de paz. Su estado anímico rayaba ya en la desesperación y todo iba a peor día a día.

El martinico ya no se conformaba con ocasionarles problemas con utensilios, herramientas y bienes. Había dado un paso más y ahora les molestaba hasta la saciedad, los asustaba cuando menos se lo esperaban, los despertaba a media noche, habría las puertas del corral y de las cuadras para que los los animales se escapasen, ...

Hasta que un día cansados de la vida que llevaban y de la incomodidad que soportaban, la familia decidió reunirse a escondidas, lejos del cortijo (en el cerrillo San Gregorio) para hablar tranquilamente sin que el martinico les oyese, (parecía que tenía cien ojos y cien oídos, siempre estaba enterado de todo lo que se hablaba o se hacía en el cortijoy poder decidir qué hacer para librarse de semejante personaje. Optaron por abandonar el cortijo sin decir nada a nadie, procurando hacer el menor ruido posible.

Dicho y hecho, una fría tarde de otoño ya a punto de oscurecer, recogieron todos sus bártulos y pertenencias, las cargaron en el burro y la mula. Rápidamente y en silencio se encaminaron hacia el pueblo. Cuando pasaron la curva de la Tía Gora respiraron más tranquilos pensando que todos sus problemas quedaban atrás, en el cortijo. Pero qué equivocados estaban, unos minutos más tarde llegando ya a la altura del Peñón de la Vieja, el labrador se paró en seco y preguntó a su mujer:

-¿“Has cogido el baúl de la abuela”?

Y ella, después de pensarlo un momento, le contestó:

-¡“Con las prisas se me ha olvidado”!.

Hay un momento de indecisión en el que dudan entre “volver y coger el baúl” o seguir el camino al pueblo y olvidarse para siempre de aquel personaje tan desagradable. Pero desafortunadamente y para sorpresa de todos, no fue necesario tomar ninguna decisión, porque de detrás del Peñón, apareció el martinico con el baúl a la espalda y que con una sonrisa burlona les decía:

- ¡“No os preocupéis por el baúl"! He visto que os lo dejabais olvidado. Así que lo he cogido y lo traigo acuestas para dejarlo en la nueva casa.

Ante tal perspectiva, todos decidieron volver al cortijo y sobrellevar su problema de la mejor manera posible.

 

 

Trigo por Oro.

Otra de las historias que recuerdo hace referencia a un molino ya desaparecido hace muchos años. Se trata del molino “El Tío Bueno” ( entend...