El Peñón de la Vieja

Este peñón se encuentra poco más o menos a mitad de camino entre Lugros y La Herrería, en la ladera izquierda y a unos 30 metros sobre la carretera. De este peñón llaman la atención cuatro cosas: tamaño, color, forma y nombre. Hay varios relatos que hablan sobre él y a continuación transcribo uno en el que se pretende explicar ¿el por qué? de ese nombre tan particular.

La protagonista de la historia es una anciana bastante curiosa que como el resto de habitantes del pueblo sabía que en La Herrería había un duende, (El Martinico), pero precisamente por ser tan curiosa también conocía algo que probablemente la gran mayoría de habitantes ignoraba. Su secreto era que por ese lugar también pasaban otros duendes muy diferentes al martinico De ellos sabía que la mayor parte de su tiempo la dedicaban a buscar y extraer metales y piedras preciosas en la sierra.

De tanto en tanto estos duendes bajaban hasta La Herrería (siempre por la noche y vigilando para no ser vistos) cargados con sus minerales para fundirlos en el Martinete, (Almirecero para muchos), una parte aledaña a la fragua, en la que se trabajaba el bronce y hacían trabajos más delicados. (Aún pueden verse algunas de las paredes del horno).

Muchas noches la anciana iba hasta ese puntal, se sentaba o tumbaba en el suelo y desde allí esperaba pacientemente a que apareciesen aquellos seres fantásticos, que pusiesen en marcha el horno y que fundieran el metal. Se había propuesto averiguar: ¿Si era cierto que traían oro y piedras preciosas a la fundición?, ¿Cómo lo transportaban?, ¿Dónde lo escondían?. Pues tenía la intención de quedarse con todo lo que pudiese encontrar y para ello, era fundamental saber que hacían los duendes en aquel lugar.

Pasaron años sin que consiguiese descubrir nada, pero no se desanimó por ello, y por fin, una noche de luna llena aparecieron los duendes con animales cargados e incluso ellos mismos también llevaban a la espalda una especie de talega o saco que descargaban en el Martinete.

La anciana no podía creer lo que estaba ocurriendo, por fin se cumplía su deseo. Podría descubrir y ver lo que llevaba esperando tanto tiempo. Pero la suerte no estaba de su parte, tal vez por la emoción, los nervios o la ansiedad que este acontecimiento le producía, no fue suficientemente cautelosa, se puso en pie, hizo ruido y los duendes también la vieron a ella.

Uno de aquellos seres mágicos se desplazó hasta el lugar donde estaba arrodillada la anciana y la sorprendió bruscamente. “¿Qué haces aquí?”, “¿Qué buscas?”, “¿Nos estás espiando?” A la señora sólo se le ocurrió responder que estaba buscando piedras. El duende, ante una respuesta tan burda y viendo que quería tomarlo por un tonto, se enfadó mucho y le dijo: “Buscas piedras, pues por siempre las buscarás y una gran piedra serás” y tocándola con una especie de raíz que llevaba en la mano, la mujer quedó petrificada y se transformó en el peñón que podemos ver en ese puntal.

Aún hoy, son muchos los que afirman que si se mira al peñón desde un punto concreto, su forma recuerda al de una anciana con un pañuelo en la cabeza que arrodillada mira en dirección al Martinete.

El Barranco la Vieja

Este barranco se encuentra cerca del cortijo de la Zuela y discurre paralelo al Barranco el Almirez. Si nos preguntamos ¿Por qué tiene ese nombre? Aquí hay una posible respuesta.

Hace ya bastantes años, a los niños pequeños se les contaba que en ese barranco vivía un ser fantástico con apariencia de anciana y al que sólo podían ver ellos. Por ese motivo al barranco se le conoce como: "El Barranco la vieja" pero de una forma cariñosa, porque esa señora se dedicaba a la protección de la montaña y de todos sus moradores: animales, plantas y personas (carboneros, leñadores, manojeros, pastores,...) que trabajaban en ella. La anciana velaba por la seguridad y el bienestar de todos ellos, llegando incluso en algunos casos a una ayuda más tangible. Se decía de ella que vivía en cuevas, en oquedades del terreno, o en chozos hechos con troncos,... Es fácil suponer también que este personaje está relacionado e incluso que es el mismo que aparece en el relato “La cueva de la Zuela” lugar cercano a este barranco.

Por aquel entonces, era habitual que las personas que tenían estas profesiones, cuando regresaban a casa después de sus quehaceres diarios en la sierra, mostraran a sus hijos las alforjas, talegas o zurrones con alguna sorpresa que habían conseguido ese día (cerezas, maguillas, almendras, un conejo, aves,…) y que por supuesto hacía las delicias de los pequeños, sobre todo si la economía doméstica no era demasiado boyante. Por desgracia, algo bastante habitual para más de una familia en aquellos tiempos. Muchos padres contaban a los niños que La Vieja del barranco les había ayudado a conseguir aquellas cosas y que esa señora se preocupaba mucho por ellos. 

Se cuenta también que en ocasiones cuando alguno de estos trabajadores había ido acompañado por uno de sus hijos pequeños a ese barranco, "sobre todo con alguno al que le gustaba la montaña y que disfrutaba con el contacto directo de la naturaleza"mientras el padre se dedicaba a su trabajo, los niños se separaban un poco de ellos para jugar o simplemente para descubrir cosas nuevas en la montaña y era entonces cuando se les aparecía este ser con apariencia de señora mayor, de cara risueña y aire bonachón, que les transmitía confianza y con la que no tardaban en hacer buenas migas. La señora los acogía en su regazo como una abuela hace con sus nietos y hablaba con ellos de todo lo que les interesaba a los chicos. De esta forma se enteraba de cómo iban las cosas en casa, de sus preocupaciones y de si tenían hambre. Si descubría que era así, iba a un chaparro cercano que tenía un gran hueco en su tronco y de él sacaba pan, queso o alguna otra cosa que daba al niño para que comiese. Después enseñaba a los niños el camino de vuelta para que pudieran reunirse con su padre y en muchas ocasiones les decía lo siguiente: “Dile a tu padre que cuando no tenga nada que darte para comer, al llegar por la mañana deje su talega en el hueco de aquel chaparro y que la recoja por la tarde antes de marcharse”.

Y cuando el padre recogía la talega encontraba que ésta contenía pan, queso, conejos, aves e incluso algún corderito, pero si alguno de aquellos hombres ponía la talega sin tener una necesidad real o simplemente porque era un poco perezoso y no hacía todo lo posible por su familia perdía la talega y nunca más encontraba el camino a aquel chaparro.

El Barranco el Almirez

En la sierra hay otro barranco que tiene también un nombre curioso, “El Barranco el Almirez”, y, ¿Por qué este nombre? Pues cuando hice esa pregunta me contaron la siguiente historia.

Después que El Zagal entregara Guadix y Almería a las tropas de los Reyes Católicos, sus pobladores tenían dos opciones, quedarse en la ciudad bajo las leyes y costumbres cristianas convirtiéndose más tarde o más temprano  en Mudéjares, o marcharse a otras ciudades donde aún continuasen vigentes sus costumbres, leyes y religión. 

Los que se marchaban, (sobre todo los más pudientes) podían escoger entre dos rutas:

  • La primera: viajar hasta la ciudad de Granada donde aún reinaba Boabdil.
  • La segunda: más larga, peligrosa e insegura pues su objetivo final era el de llegar al norte de África. Donde podrían vivir tranquilos, lejos ya de la guerra. 

Aquellos que se decidían por la segunda opción, primero debían cruzar la sierra, llegar a las Alpujarras y posteriormente dirigirse a los puertos de Motril o Almuñécar y desde allí embarcar dirección al norte de África. Para alcanzar esta meta también se utilizaban dos rutas diferentes: Una, ir hasta la Calahorra, cruzar la sierra por el puerto La Ragua y llegar hasta Trevélez. Otra, ir hasta Lugros, subir a la parte más alta de la sierra, cruzarla por el Puntal de Juntillas y llegar hasta Trevélez. 

El protagonista de este relato fue uno de los muchos viajeros que escogieron este último camino para hacer la travesía. Como todos los que se marchaban de la ciudad, con ellos llevaban (bien escondidas) sus pertenencias más valiosas (oro, plata, joyas,…), que entre otras cosas les permitirían pagar el pasaje en Motril y comenzar una nueva vida en otro lugar. 

Nuestro hombre, entre otras cosas de valor, llevaba uno o más vasos de oro macizo adornados con piedras preciosas, pero quizá por las prisas o por simple negligencia no los había escondido lo suficientemente bien. En uno de los descansos que se hacían en el camino "pasado ya el pueblo de Lugros y antes de comenzar la cuesta de los picones" un integrante del grupo, (más curioso que los demás)  vislumbró el tesoro que este hombre llevaba e intentó sonsacarle información sobre los objetos que escondía en su saco. Éste le contestó que se trataba de un simple almirez y otros utensilios de cocina que habían pertenecido a su familia durante generaciones, sin otro valor que el sentimental. Pero como a pesar de la respuesta un par de aquellos hombres aún seguían insistiendo en que se los dejase ver, les dio diversas escusas para salir del paso y sin comentarlo con nadie, aprovechó un momento en que todos estaban distraídos y nadie prestaba atención a lo que él hacía para separarse del grupo y esconderse entre unos matorrales, "ya no se sentía seguro entre ellos".

Cuando en el grupo alguien notó su ausencia dio el aviso y todos  comenzaron a buscarle. Él veía como intentaban localizarlo por los alrededores, oía las voces que le llamaban con insistencia e incluso pudo ver cómo alguno de ellos deshacía parte del camino para encontrarlo, pero no contestó, permaneció inmóvil sin hacer el más mínimo ruido, se quedó muy, muy quieto, en su escondite para que nadie pudiese encontrarle. Después de un buen rato, el grupo dio por finalizada la búsqueda y siguió caminando hasta que poco a poco desapareció de su vista. Por su parte, él también se puso en marcha pero en dirección este, y lo hizo hasta que encontró otro barranco que subía a la sierra, que era lo suficientemente grande y estaba lo suficientemente alejado del otro camino que era totalmente imposible que pudiesen verlo. 

Inició su andadura barranco arriba y tras caminar un buen rato se sentó a descansar, mientras lo hacía, reflexionó sobre todo lo sucedido y comprobó que seguía desconfiando de aquellos hombres, pero además, ahora que iba solo, también desconfiaría de cualquiera que pudiese encontrar en el camino. Así que después de pensarlo y repensarlo un buen rato, decidió que lo mejor sería buscar un lugar seguro para esconder su tesoro y volver a recogerlo cuando las circunstancias fuesen más propicias. Siguió caminando barranco arriba hasta que encontró un lugar que le pareció perfecto para sus intereses. No se sabe si el lugar donde escondió su tesoro era una pequeña cueva, un hueco entre unas rocas o si simplemente lo enterró cerca del tronco de un árbol, sólo, que en conjunto, el lugar, le recordaba la forma de un almirez. Después de eso, el hombre continuó su camino, pero ya no pudo marcharse a África, no tenía dinero para hacerlo y se quedó en las Alpujarras viviendo con los moriscos.

Ya anciano y poco antes de morir, el hombre llamó al mayor de sus hijos y le dijo  "Si algún día quieres abandonar esta tierra o simplemente tener un futuro mejor, puedes ir a la sierra de Lugros y allí, buscar un tesoro escondido que no logré traer en el momento de la huida de Guadix". Le explicó de la forma más detallada posible lo que recordaba del viaje, el recorrido que hizo y la localización del tesoro en el escondite del barranco.

El hijo deshizo el camino que había hecho su padre muchos años antes. Bajó el barranco, llegó al pueblo, volvió a subir, y a bajar, buscar y rebuscar, para volver a comenzar sin obtener el resultado esperado. Cuando la gente del pueblo se cruzaba con él y le preguntaba: ¿A dónde vas? o ¿De dónde vienes? La respuesta según el caso era:  “Al barranco el Almirez” o “del barranco el Almirez” y desde entonces el barranco se conoce con ese nombre.

Después de buscar durante casi un mes sin conseguir ningún resultado, el hijo volvió a su casa convencido de que jamás lo encontraría. Pero desde entonces, otros muchos han seguido buscando ese tesoro sin que de momento nadie lo haya  encontrado y si alguien lo ha hecho no lo ha dicho.



La Cueva del Candil.

Esta historia es un poco especial y ocurre en una cueva que probablemente no todos conozcan.

En el camino que iba de Lugros al Molino Apolo (y digo iba, porque este molino ya ha desaparecido), pasado ya el recodo en que se deja de ver el pueblo y comienza a divisarse a lo lejos el molino. En el laero que hay entre el camino y el río, más cerca del primero que del segundo. Entre las rocas de esa ladera se encuentra la entrada a esta particular cueva que no es demasiado profunda y que a lo largo del tiempo ha tenido diferentes usos: refugio, redil para ganado, lugar para guardar herramientas, …

El caso es que de esta cueva se contaba lo siguiente: Si se entraba en ella durante la noche de un día especial de verano, en un año bisiesto y con luna llena, ocurriría algo extraordinario: "Se revelaba la entrada a una estancia mágica y secreta llena de tesoros". ¿Pero, cómo entrar en esa sala? Para poder hacerlo y sólo en esa noche tan especial, era necesario llevar tres cosas imprescindibles: Un candil, unas alforjas, una alcuza con un litro de aceite y hacer lo siguiente:

  1. Hay que entrar en la cueva cuando está poniéndose el sol. Es necesario hacer algo muy importante "limpiar o barrer el suelo de la cueva".

  2. Sentarse después en la pared sur de la cueva y esperar la salida de la luna.

  3. Cuando la luz de la luna comienza a entrar en la cueva hay que observar su recorrido hasta que ésta hace aparecer en el suelo un punto diferente por su forma y brillo (parecerá que brilla con luz propia).

  4. Encender entonces el candil y colocarlo sobre ese punto haciendo coincidir la base de éste con la orientación y forma del punto de luz.

  5. Retroceder a la parte oscura de la cueva y desde allí observar la pared iluminada por el candil. En ella aparecerá destacada también por su brillo la forma de otro candil. Será el momento de utilizar la alcuza.

  6. En la forma de candil dibujada en la pared buscar un pequeño agujero y verter en él la mitad del aceite.

  7. Empujar con la mano la parte que representa el asa y al hacerlo se abrirá una puerta que da acceso a la estancia llena de tesoros.

Puedes entrar en esta sala y llevarte de ella lo que quieras pero siempre que cumplas las normas siguientes:

Primera: Sólo podrás coger lo que quepa en las alforjas. Nada puede sobresalir y nada puede caerse de ellas. Si algo de eso ocurre al llegar a la puerta ésta se cerrará y quedarás atrapado para siempre.

Segunda: Sólo puedes estar dentro el tiempo que la luna ilumine la cueva. Si cuando quieres salir la luna ya no la ilumina también quedarás encerrado.

Tercera: Al salir de ella verter el aceite que queda en la alcuza en el punto que señala el candil y esperar que la puerta se cierre.

Cuarta: Antes de abandonar la cueva hay que esperar a que la luna deje de iluminar, tanto el interior como el exterior. Si no se hace así, todo lo que hay en las alforjas se convertirá en piedras.

Quien cumpla todas estas condiciones podrá disfrutar de esas riquezas durante toda su vida sin limitación. Claro está que primero, ha de saberse el día y el año bisiesto exacto que se ha de entrar, porque de lo contrario no ocurrirá nada.


El Cerro los Carneros.

Este es uno de los muchos montes que hay en el Camarate y que según me contaron debe su nombre a la siguiente historia protagonizada por Juanón.

Este era un personaje muy curioso que se dejaba ver en la sierra hace ya muchos, muchos años. Para la mayoría de los habitantes era un ser fantástico, poco real, pero para otros muchos sí fue muy real, tanto que en más de una ocasión les ayudó en su vida diaria o con algún problema inesperado.

A Juanón se le consideraba protector de rebaños, pastores y de la montaña en general. Tenía una altura superior a dos metros, espaldas amplias, piernas musculosas, brazos fuertes, larga barba y una negra melena que le caía sobre sus hombros. Vestía siempre con pieles o con ropa hecha de lana gruesa. Era muy tímido, no buscaba el trato ni la amistad de los pastores, pero si era necesario los ayudaba siempre que podía.

Los pastores de aquella época contaban que este ser aparecía cuando creía oportuno y casi siempre en "El Cerro los Carneros" o alrededores. Decían incluso, que el cerro tiene ese nombre precisamente por Juanón, porque cuando aún había muflones en la sierra (especie de carneros salvajes, fuertes y con enormes cuernos vueltos hacia atrás) en más de una ocasión al amanecer o al oscurecer habían visto a Juanón rodeado por aquellos animales, que como vigía en su atalaya, comprobaba que todo estaba tranquilo.

También explicaban que en más de una ocasión si creía que los lobos intentaban atacar a algún rebaño, avisaba a los pastores dando gritos, tirando piedras e incluso llamando a las puertas de las chozas para que estos pudiesen defenderse del ataque. Y si los pastores con sus perros no conseguían repelerlos, se interponía entre estos y el rebaño impidiendo así que matasen a cabras y ovejas.

Los pastores llevaban en agradecimiento  hogazas de pan y alguno de sus quesos a la zona del cerro en la que él aparecía al atardecer. Juanón cogía los presentes y después con un pito (flauta pequeña de caña) interpretaba una sencilla melodía. Era su forma de darles las gracias.

Cuando los muflones desaparecieron de la sierra también desapareció Juanón, y hace ya más de cien años que nadie ha vuelto a verlo. Pero aún hoy hay quien lo recuerda cuando nombran el Cerro los Carneros.


La Fuente de los Tres Caños.

En el Barranco Fraguas encontramos una fuente que por lo general se seca en verano, algo bastante normal en la zona, sobre todo cuando estos son largos y secos. Pero lo que en este caso llama la atención es su nombre: La fuente de los tres caños. Muchos son los que se han preguntado del por qué de este nombre y una de las respuestas que se dan es la siguiente:

Hace ya muchos, muchos años, cuando en el barranco aún se trabajaba en las fraguas a las que debe su nombre, había herreros que tenían el favor de la clientela y vivían muy bien, otros a los que no les faltaba el trabajo y vivían cómodamente y otros a los que no les iba tan bien y tenían que ir trampeando un día sí y el otro también para no pasarlo mal.

El protagonista de esta historia pertenecía a este último grupo, y en más de una ocasión el oficio no le daba lo suficiente para mantener en condiciones a su familia. Al no tener a nadie trabajando con él en la fragua todo el trabajo debía hacerlo él solo o con la ayuda de su mujer. 

Pero todo cambió un día que se encontraba en el barranco haciendo leña para alimentar la fragua. Al cortar un chaparro y caer éste al suelo le pareció oír un quejido como cuando alguien se encuentra muy mal, pero como estaba solo no le dio mayor importancia y siguió con su tarea, hasta que al cabo de un momento volvió a escuchar el mismo lamento. Entonces dejó lo que estaba haciendo y comenzó a mirar por los alrededores por si había alguien más por allí cerca y necesitase su ayuda. Como no veía a nadie, dio voces, preguntando si había alguien que necesitase su ayuda, tampoco recibió respuesta, así que volvió a coger su hacha y se dirigió al chaparro para comenzar a hacer ripios. Fue entonces cuando volvió a oír de una forma más nítida aquella vocecita que pedía ayuda, se quedó quieto y muy atento para entender qué ocurría y fue en aquel momento cuando escuchó el mensaje completo.

-“¡Ayúdame!, aquí, bajo el chaparro, al lado de esa piedra grande”. Sin dar mucho crédito a lo que oía el hombre se acercó al lugar que le indicaban y después de mirar fijamente, vio a un hombrecillo de no más de cuarenta centímetros de alto vestido de forma extraña que estaba atrapado en un pequeño hueco entre el tronco y la piedra.

El herrero se quedó atónito, sin reaccionar. El extraño ser le dijo entonces: -“No temas, no puedo hacerte daño, soy un duende del bosque, y si me ayudas, yo también te ayudaré a ti cuando lo necesites”. El herrero levantó el tronco del árbol y el duende pudo salir sin dificultad. Después de sacudirse el polvo de la ropa, el duende subió a la parte más alta de la piedra y desde allí le dijo: “Ahora me toca a mí", dime: ¿Qué necesitas con más urgencia?

Sin pensarlo mucho el herrero recordó sus penurias diarias y dijo: “Sobre todo, leche para mis hijos, aceite para mi mujer y un poco de vino para mí”. El duende le contestó: -“Como no has sido avaricioso y no has pedido oro ni riquezas, te concedo tu deseo y haré que se cumpla siempre que lo necesites tú, o alguno de tus hijos cuando ya no estés”. Y acto seguido con una especie de raíz que tenía en la mano tocó la piedra en la que estaba y al instante bajo la misma apareció una fuente con tres caños.

Para acabar, el duende dijo al herrero: “por cada uno de los caños que tiene esta fuente, para ti saldrá una de las cosas que has pedido “leche, aceite, vino" sólo tendrás que venir aquí tocar la piedra con la mano derecha y decir: “Nublero, cumple tu promesa y dame: aceite, leche, vino" y por el caño correspondiente saldrá aquello que hayas pedido. Al acabar sólo tendrás que decir: -“Gracias Nublero” y la fuente volverá a manar agua. Sólo hay una condición que tendrás que cumplir siempre: -“No podrás revelar jamás, a nadie, este secreto. En el momento que lo hagas, mi promesa finalizará y por la fuente sólo saldrá agua”. Después de darle este aviso el duende desapareció.

El herrero no se acababa de creer del todo lo que le había dicho el duende, pero por si acaso, al día siguiente en el burro se trajo también tres cantarillas para comprobarlo. Llegó a la fuente, puso una cantarilla en cada uno de los caños, la mano derecha en la piedra y dijo: “Nublero, cumple tu promesa y dame: aceite, leche, vino”. Por los caños dejó de salir agua y comenzó a manar lo que había pedido, cuando las vasijas estuvieron llenas volvió a poner la mano en la piedra y dijo: -“Gracias Nublero” y de nuevo volvió a salir agua por todos los caños. El herrero hizo uso de la fuente durante muchos años y siguiendo la advertencia del duende nunca reveló su secreto a nadie, ni siquiera a su mujer y eso que en muchas, muchas ocasiones había intentado sonsacarle de dónde traía aquellas cántaras siempre llenas y con productos de la mejor calidad.

Pero como suele ocurrir siempre en estos casos, una noche en la que el herrero bebía y jugaba a las cartas con sus vecinos, estos comenzaron a presumir, unos de una cosa, otros de otra y el único que no tenía nada de qué presumir era él y viendo que se reían de su poca fortuna, olvidó la advertencia del duende y les dijo que él tenía algo que ellos jamás podrían tener y les relató su acuerdo con el duende. Para convencerlos de que lo que contaba era verdad les llevó a la fuente e intentó que manase vino por uno de sus caños pero por mucho que lo intentó sólo salió agua. Sus vecinos se fueron tratándolo de presuntuoso y borrachín. Él se quedó sólo y sin la valiosa ayuda que hasta entonces le había prestado el duende.

Pasado un rato en el que el herrero tuvo tiempo para arrepentirse de haber sido orgulloso, sobre la misma piedra apareció Nublero y le dijo: "Por no haber respetado mi advertencia, quedo libre de la promesa que te hice y a partir de este momento por la fuente sólo saldrá agua y no en todas las épocas del año".

Al pobre herrero solo le quedó lamentarse y trabajar mucho más de lo que lo había hecho hasta ese momento.

Un Tesoro en la Calle.

Era la época de la modernización del pueblo. Abrían zanjas en todas las calles para instalar la canalización del agua potable, ampliar el alcantarillado y los desagües.

Era un momento de bonanza económica y progreso para la población, todos aquellos que estaban en paro tuvieron la oportunidad de trabajar en esa infraestructura que beneficiaba a todos los habitantes del pueblo. Para realizar los trabajos más duros de una forma fácil y mucho más rápida, la empresa encargada de realizar las obras había traído también una retroexcavadora.

Y es en ese momento cuando comienza esta historia: Uno de aquellos días en que la máquina trabajaba en una zona de risca de la calle San Roque el maquinista notó que de repente la pala tenía menos resistencia y que levantaba lo que parecía una losa de piedra a modo de tapadera más o menos redonda. Así que decidió parar el motor y bajar a la zanja para comprobar qué había debajo de aquella tapadera. 

Cuando el maquinista paró la retroexcavadora, uno de los trabajadores de a pie fue a ver qué pasaba por si era preciso ayudar manualmente como había hecho en tantas otras ocasiones. Pero este lo detuvo y le dijo que no necesitaba su ayuda, que se trataba de un simple problema mecánico y que él mismo lo resolvería. Que mientras tanto, con la cuadrilla que lo acompañaba fueran 15 metros más atrás y que ayudasen allí en lo que estaban haciendo. El grupo se alejó para hacer lo que le habían encomendado sin darle más importancia al incidente. Pues era bastante habitual que por una razón o por otra la máquina parase y estuviese un buen rato, incluso horas sin volver a ponerse en marcha.

Cuando los obreros estuvieron lo suficientemente lejos y después de comprobar detenidamente que nadie ponía atención a lo que hacía, el maquinista bajó a la zanja, levantó un poco la losa que había movido con la máquina para comprobar qué había debajo y, "su sorpresa fue mayúscula al comprobar que allí había algo muy valioso".

El hombre pensó con rapidez, mantuvo la calma en todo momento y continuó observando todo lo que envolvía a aquel hallazgo, estudió minuciosamente la situación y lo que debía hacer para extraer aquel objeto sin problemas. Una vez que todo lo tuvo claro continuó un rato más simulando que apretaba algún tornillo de la pala. Después salió de la zanja, puso la máquina en marcha y aparentemente siguió trabajando con total normalidad. Y digo aparentemente porque en realidad lo que hizo aquella tarde fue remover todo lo que aprisionaba al objeto que encontró, dejándolo suelto para poder sacarlo con facilidad cuando nadie pudiese verlo.

Antes de acabar la jornada, con la misma pala cubrió con un poco de tierra lo que había encontrado de forma que si por casualidad alguien se paraba a mirar las obras no pudiese notar nada diferente en aquel tramo. Al acabar la jornada se despidió de los compañeros como cada día y se fue a su pueblo ya que no era de Lugros y tampoco vivía allí.

Una vez en su casa preparó todo lo que necesitaba para sacar aquel objeto y lo guardó en su coche. Bien entrada ya la noche, subió de nuevo al pueblo y después de cerciorarse de que no había nadie por las calles, él y otra persona que le acompañaba se dirigieron al lugar del hallazgo. Quitaron la tierra que lo cubría, después la tapadera y ante sus ojos apareció una gran olla repleta de riquezas. Con ayuda de unas poleas la sacaron, la colocaron en una carretilla de la misma obra y se marcharon tranquilamente hasta su coche donde la descargaron.

Al día siguiente, cuando todos comenzaron a trabajar pudieron comprobar que justo delante de la máquina había un gran agujero de más de un metro diámetro por 1,5 metros de alto todo recubierto de carbón y con la forma perfecta de una gran "olla o pequeña tinaja" que hasta ese momento había permanecido enterrada.

Como era de esperar se armó un gran revuelo. Los vecinos comenzaron a salir de sus casas y los más cercanos al lugar comentaban que la noche anterior habían oído algún ruido e incluso alguien dijo que había visto como luces de linternas pero nadie le dio importancia.

Todos esperaban con ansiedad la llegada del maquinista de la retroexcavadora, pero ni ese, ni ningún otro día volvió por el pueblo. Curiosamente también abandonó su pueblo y solo años después, hubo rumores de que alguien lo había visto por Granada bien trajeado y conduciendo coches de lujo.

En el pueblo sólo quedó el testigo mudo de la máquina y la incerteza de lo que habría dentro de aquel círculo perfecto. La realidad es que se trata de un trozo de nuestra historia con sabor a carbón.


El Herrerillo.

En la historia de nuestro pueblo se cuenta que Lugros era conocido como un lugar de buenos herreros, allí se trabajaba el hierro de forma artesanal y a conciencia.

Una prueba de ello son los muchos lugares que aún hoy conservan nombres de construcciones en las que se trabajaba el hierro. Así por ejemplo encontramos: La herrería, El Barranco Fraguas, La loma el Moquillo, El Almirecero (martinete), ... 

También hay algún relato que lo corrobora: como el que cuenta que uno de aquellos herreros hacía unas forjas tan bonitas y ornadas que era conocido en toda la comarca, e incluso en otras vecinas. Tanto era así que sus hierros y buenos oficios eran solicitados en todas partes. Hasta tal punto creció su fama que un día llegó un emisario del mismísimo rey de Granada reclamando su presencia en palacio.

Al Herrerillo que era como todo el mundo lo conocía no le hacía ninguna gracia tener que marcharse del pueblo ni siquiera para ir al palacio del rey, pero como podéis imaginar en aquellos tiempos nadie podía oponerse a la voluntad del rey y menos un simple herrero, así que muy a su pesar tuvo que ir a Granada.

Allí el rey le encargó forjar las rejas para las ventanas de las habitaciones que guardaban el harén. Las rejas además de ser robustas tenían que ser hermosas y he aquí que el herrero las hizo tan fuertes y hermosas como las montañas de su pueblo y las de Sierra Nevada que cada día veía desde su taller.

Cuando el rey vio las rejas en las ventanas quedó tan satisfecho que recompensó generosamente el trabajo del herrero y aún más, le dijo que si quería algún capricho aquel era el momento de pedirlo y el herrerillo sin dudarlo un segundo deseó que le diese por esposa a Zaida, (una de las esclavas de palacio, de la que se había enamorado durante su estancia en Granada). El rey, al que no le gustaba nada desprenderse de sus esclavas cumplió su palabra y se la dio por esposa, pero con la prohibición a ambos de volver al reino de Granada mientras él viviese. 
El herrero no lo pensó ni por un momento, aceptó lo que le proponía el rey y decidió que recorrería otros reinos con su amada. Viajó por muchos lugares, pueblos, ciudades y de tanto en tanto trabajaba haciendo forjas y hermosos trabajos en hierro. Y como había hecho siempre, firmaba sus obras colocando en una de las esquinas inferiores un adorno que según decía era importante para él.

Cuando supo que el rey había muerto volvió con su familia al pueblo, a su casa y a su fragua, que ya nunca abandonó y aunque decían que tenía muchas riquezas nunca hizo alarde de ellas.

Trigo por Oro.

Otra de las historias que recuerdo hace referencia a un molino ya desaparecido hace muchos años. Se trata del molino “El Tío Bueno” ( entend...