El Pastor y el Lagarto.

Un pastor del pueblo contaba esta historia:

En verano cada día de madrugada salía del cortijo a pastorear con su rebaño de cabras por el monte. A mediodía, cuando el sol estaba ya bien alto buscaba la sombra de un gran peñón y a su cobijo, de la zamarra sacaba un poco de pan, queso, jamón, chorizo,... y comía tranquilamente. Al acabar, apoyaba la espalda en la piedra e intentaba descansar unos minutos, pero siempre con los ojos entreabiertos primero para no perder de vista a las cabras y segundo porque había observado que desde los primeros días un gran lagarto verde, puntual como un reloj iba a rebuscar las migajas que de forma más o menos deliberada el pastor dejaba día tras día para el animal.

Astutamente cada día las dejaba más próximas a él porque tenía la intención de lograr que el animal se acercase lo suficiente para poder tocarlo e incluso que perdiese el miedo a estar a su lado cuando él estuviese despierto. Pero uno de aquellos mediodías, tal vez por el calor o por el cansancio acumulado de tantos y tantos días de dormir poco y trabajar mucho el pastor se quedó traspuesto. Mientras dormía, entre sueños notaba como que alguien le tocaba o mordía suavemente la oreja izquierda y al despertar sorprendido vio a un enorme lagarto sobre su hombro izquierdo. La reacción instintiva le hizo dar un salto y quitárselo de encima.

Al instante animal y pastor quedaron separados varios metros pero ninguno de los dos ni animal, ni hombre, huyó del todo. El pastor recuperado ya del susto y mucho más tranquilo, por si acaso se previno con la garrota en la mano y con gran sorpresa, comprobó que quien lo había despertado de aquella manera era su lagarto, el mismo del que él quería hacerse amigo y que con desconfianza miraba hacia otra parte sin saber si huir o quedarse.

Y en ese instante ocurrió algo que dejó más atónito aún al pastor: De detrás del lugar donde él dormía apareció una gran serpiente que se abalanzó sobre el lagarto, éste se defendió y comenzó una gran lucha entre ambos animales. El pastor, que iba de susto en susto, después de una momentánea indecisión se enzarzó también en la pelea y con su garrota intentaba dar a la serpiente para que se alejase de allí y no hiciese daño a aquel animal al que ya consideraba su amigo y salvador. Al final la serpiente cedió en su empeño y huyó entre los matorrales.

Desde aquel día el pastor nunca más volvió a comer en aquel lugar por miedo a la serpiente y a que volviera a repetirse lo sucedido durante aquella pequeña siesta. Pero también desde aquel día el pastor nunca dejó de pasar por el lugar donde vivía “su amigo el lagarto” ya que para él y su familia aquel animal le había salvado la vida avisándole del peligro que representaba la serpiente le dejaba algo de comer e incluso si tenía algo de tiempo esperaba a que saliese para decirle algunas palabras a modo de saludo porque el pastor estaba convencido de que el animal lo entendía y que además le gustaba que le dijera alguna cosa.

Desde entonces para él, para sus hijos y sus descendientes ese lugar es conocido como el peñón del lagarto.



Trigo por Oro.

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