El Bañuelo

La historia del Bañuelo (Baño de la Mora), narra algo que ocurrió hace ya muchos años:

En tiempos del reino Nazarí de Granada, en uno de los cerrillos próximos al pueblo estaba “El Bañuelo”, un palacete de verano, mandado construir por el rey de Granada para recluir en él (lejos de la corte) a una de sus hijas, que tuvo el atrevimiento de rechazar al hombre que había elegido como marido para ella.

La princesa fue castigada a vivir alejada de la corte, aislada en la montaña y siempre vigilada por guardias para que le fuese imposible enviar o recibir noticias del joven que ella amaba en secreto.

Pasaba el tiempo y la princesa no conseguía tener noticias ni ponerse en contacto con su amado. Todos los intentos que había llevado a cabo habían sido neutralizados por los guardias o las doncellas (también guardianas) de la princesa. Hasta que un día llegó al palacete un correo de Granada con órdenes expresas del Rey para el capitán de la guardia y, con una carta personal para su hija. Pero, qué sorpresa tuvo la princesa al abrir la carta y comprobar que no era de su padre el Rey, sino de su enamorado que con la ayuda de un amigo (que trabajaba en palacio) pudo enviar su carta junto al correo real.

En la carta, el joven le proponía lo siguiente: si ella conseguía salir del Bañuelo, él tenía preparado un plan de fuga que los llevaría muy lejos de los dominios de su padre, el Rey, y eso les permitiría vivir juntos y felices para siempre.

En las semanas venideras, con mucha precaución para no ser descubierta ni levantar sospechas, la princesa se dedicó a preguntar a soldados y sirvientes sobre las puertas, pasillos, corredores, salidas secretas y todo lo concerniente a la seguridad del palacete poniendo como escusa que tenía miedo de que algún bandido lograse entrar de noche en el Bañuelo y secuestrarla o incluso matarla. Por fin, con todas estas pesquisas descubrió, que había una salida secreta (un pasadizo subterráneo) que había sido construida con el propósito de poder abastecerse de agua y alimentos e incluso para escapar, si algún día sitiaban el palacete y se encontraban en peligro de muerte.

Supo también que el pasadizo bajaba desde el palacete hasta el río y que acababa cerca de un lugar al que llaman la Fuente del Negro. Pero aún le faltaba información, no sabía dónde se encontraba exactamente la entrada a ese túnel dentro del palacete, ni cómo se activaba la puerta que daba acceso a su interior. Así que tuvo que seguir siendo muy discreta para conseguir la información que le faltaba. Pasaron los días y después de hablar varias veces con el cocinero descubrió que la entrada se encontraba bajo el suelo de una de las torres de defensa de la muralla, camuflada en la escalera.

Escribió a su enamorado, se pusieron de acuerdo en el día y la hora en que se produciría la huida, sería una noche después de la fiesta que se celebraría en el palacete para conmemorar la coronación del rey y en la que con toda probabilidad los guardias habrían bebido más de lo habitual e incluso si fuese necesario ella misma se encargaría de animarlos para que lo hicieran. El día de la fiesta, pasada ya la media noche y cuando todos dormían la princesa salió de su habitación vestida con la ropa de su criada, se dirigió a la torre donde estaba la entrada al pasadizo, entró en él y después de recorrerlo con la ayuda de una antorcha salió al río y allí, escondido entre unos álamos, muy preocupado su chico la esperaba con dos caballos y provisiones para realizar el viaje que se proponían.

Sin perder un momento, subieron a los caballos y cruzando la sierra por el collado del lobo llegaron hasta Adra (Almería) y desde allí en un barco que les esperaba para hacerse a la mar continuaron hasta el norte de África.

Cuando el Rey tuvo noticias de lo sucedido mandó destruir el Bañuelo y enviar a prisión a todos los sirvientes y soldados del palacete.

El Bandolero y el Arriero.

Hace menos de cien años cuando muchos de los vecinos de nuestro pueblo se ganaban la vida como arrieros o manojeros, era costumbre que fuesen a los pueblos vecinos (sobre todo a Guadix por ser el más grande) a vender vino, patatas y sobre todo los manojos, leña o carbón que traían o hacían en la sierra.

Esta historia cuenta lo que le ocurrió a uno de esos arrieros que con su ya viejo y maltrecho burro iba dirección Guadix por la rambla el agua para vender la carga de manojos que había hecho el día antes. 

Cuando menos se lo esperaba vio que no muy lejos en uno de los lados del camino, a la sombra de una gran mimbre llorona y entre las ramas que caían del árbol se apreciaba la silueta de un hombre joven y fuerte con un caballo tordo a su lado que aparentemente se resguardaban del inclemente sol de verano. Aunque también podía tratarse de un bandolero que estuviese al acecho de los caminantes que iban y venían en una u otra dirección.

Pensando en esta última posibilidad, al arriero comenzaron a temblarle las piernas, pues como muy bien sabía él, de tanto en tanto se oía decir que en el camino (sobre todo a la vuelta) algún salteador (bandolero) les esperase para arrebatarles el total o una gran parte del dinero que habían obtenido en la venta de sus productos.

Imaginándose lo peor, ya que no conseguía identificar quién era el hombre que con tanta tranquilidad parecía esperarlo, se preparó lo mejor que pudo y continuó el camino que cada vez los acercaba más y más. Al llegar a la altura de la mimbre se saludaron y entablaron una pequeña conversación. Algo después, aquel hombre le pidió un poco de comida y de bebida al pobre y asustado arriero, a lo que éste no se negó en absoluto, aún y cuando solo tenía para él un trozo de pan con chorizo, un par de manzanas y la bota con un poco de vino. 

A modo de justificación añadió: “Como puedes ver, el burro ya no puede ni con su alma, siempre somos los últimos en llegar a Guadix o a cualquier otro sitio y consecuentemente tengo más dificultades para vender bien lo que llevo”, en definitiva que las cosas no me van demasiado bien. 

Entonces y para sorpresa del arriero el desconocido le preguntó: ¿No sabes quién soy?, ¿No me reconoces? y el arriero con voz temblorosa respondió!  “No, no sé quién eres”, “Un viajero supongo”. El bandolero dejo de fruncir el ceño y con los labios entreabiertos en una mueca que casi dejaba que se le escapase la risa dijo: “Como me has caído bien, haré algo por ti: Ve a la Venta que hay en tal sitio, la que está junto al cortijo de fulanito porque me han dicho que vende un burro joven y fuerte por 3.000 reales”.

A lo que el arriero le contestó: “pobre de mí, si yo tuviera esa cantidad de dinero, antes que nada compraría ropa, calzado y comida para mi familia y para mí, pues hace ya mucho tiempo que escaseamos de eso”.

Ante tal revelación y sin pensárselo dos veces, el desconocido se dirigió al lugar donde estaba atado su caballo y de sus alforjas sacó una pequeña bolsa de cuero que entregó al arriero diciéndole: “Toma, aquí hay 3500 reales, ve donde te he dicho y compra el burro al dueño de la venta y el resto lo guardas para cuando llegue el frío del invierno que seguro te hará mucha falta.

Hablaron un poco más y en el momento de despedirse, ya con un semblante mucho más serio y con voz amenazante añadió: “Si no haces lo que te he dicho y vuelvo verte por ahí con este burro viejo, te doy una paliza a ti y te mato al burro”.

Después, los dos hombres se despidieron y se separaron para no volver a verse, (Al menos eso esperaba y deseaba el arriero). Cada cual siguió su camino y al llegar a Guadix (antes de lo que en el arriero era habitual), descargó la leña del burro en una posada, dejó la mercancía y el animal a cargo de su amigo posadero, para cumplir con lo que le había prometido al desconocido.

Se dirigió lo más deprisa que pudo a la venta que le había indicado y allí, tal y como le había dicho, pudo comprar un burro joven y fuerte por 3000 reales. Al cabo de unos días por las ventas, posadas y caminos se comentaba la noticia de que un conocido bandolero de la zona había asaltado la venta de tal sitio y se había llevado un botín de más de 4000 reales.

El arriero nunca comentó con nadie su encuentro con aquel bandolero, porque sabía a ciencia cierta que no era tan mala persona como muchos decían. Incluso tenía la impresión de que en más de una ocasión le había observado desde una distancia prudencial cómo le iba con su nuevo burro y cómo había mejorado su día a día.
 

La Piedra de los Soldados.

En las décadas 40-70 la sierra estaba muy concurrida: Cortijeros, vaqueros, pastores, arrieros, manojeros, carboneros, el guarda,... algunos vivían allí todo el año, otros, solo durante el verano, pero la gran mayoría, iban y venían cada día desde el pueblo y algunos una o dos veces por semana.

Uno de aquellos veranos a un pastor que tenía sus animales en el Camarate y la majada cerca de la “Piedra de los Soldados” le ocurrió algo que le dio para pensar durante mucho tiempo.

Una tarde, cuando estaba a punto de encerrar el ganado en la majada, se sorprendió al ver que un desconocido cargado con diferentes herramientas venía hacia donde él estaba. Los perros acudieron rápidamente ladrando, pero él los llamó a su lado en espera de acontecimientos. Cuando aquel hombre estuvo a su altura, saludó cortésmente y después de una breve conversación, preguntó al pastor si podría venderle algún queso de los que hacía a diario y que probablemente guardaba en su choza.

Al comprobar que aquel hombre no tenía malas intenciones, el pastor se tranquilizó y le invitó a sentarse en una sombra cercana donde comieron y compartieron una bota de vino. Allí sentados hablaron un buen rato, el pastor preguntaba sobre las últimas noticias y el forastero sobre la montaña. El pastor llevado por la curiosidad preguntó el motivo que le traía hasta aquel lugar tan alejado de la ciudad en la que probablemente vivía, puesto que su aspecto no era de de arriero, campesino o de cualquiera que subía a la sierra aquellos días.

Al principio le respondió que no podía decirle nada porque se trataba de un secreto, pero después de beber un poco más de vino lo pensó detenidamente y le dijo que sí, que se lo contaría, puesto que hasta ese momento, llevaba una semana más o menos escondido dando vueltas por la sierra sin tener éxito en su búsqueda, entre otras cosas porque desconocía el terreno y tampoco se orientaba demasiado bien. Y, en ese momento lo tuvo claro: "Si quería tener éxito en su misión" necesitaba la ayuda de alguien, un socio, que conociese el terreno como la palma de su mano y que le ayudase a encontrar aquello que buscaba, e incluso, si en esta ocasión no lo conseguían, que pudiese investigar y buscar por su cuenta en años venideros.

Al pastor le pareció bien el ofrecimiento de aquel hombre y le dijo que contase con su ayuda, que lo haría de muy buen grado. Entonces comenzó a relatarle lo que le había traído hasta la sierra. Comenzó diciéndole que: después de investigar mucho en bibliotecas, libros de historia, museos,... tengo información muy fiable de que en época del imperio romano y posteriormente los musulmanes se explotaba una rica mina de plata en un lugar no muy lejano a la Piedra de los soldados (entonces tenía un nombre diferente). En ambos casos cuando por diferentes motivos tuvieron que abandonar estas tierras, taparon la entrada y disimularon su ubicación para que nadie pudiese sacar una plata que consideraban suya.

El pastor pensó que todo era una broma y que aquel hombre le tomaba el pelo o  que hablaba bajo los efectos del vino, pero para su sorpresa en el momento de pagar el queso que había comprado le dijo: “Tome también esta moneda de plata que fue acuñada hace mucho tiempo en estas montañas y recuerde que cuando yo me haya ido, si algún vez encuentra más como ésta, o la entrada a la mina, espero que como socios que somos me avise para compartir la buena fortuna”.

Después de otra semana de búsqueda infructuosa aquel señor se marchó bastante desilusionado. Pero el pastor dedicó muchas horas a examinar detenidamente la moneda y la zona de la sierra por la que pasaba cada día.

Aquel y algún otro verano, cuando el pastor dispuso de tiempo sobrante lo dedicó a observar detenidamente los alrededores de aquel peñón, buscando el menor indicio de la entrada a aquella fabulosa mina de plata que tan perfectamente habían ocultado sus antiguos dueños.

Desafortunadamente nunca encontró nada que le hiciese pensar que era la entrada o un acceso a aquella mina, solo le quedaba la moneda que el buscador de tesoros le diera como prueba de que lo que le explicaba era verdad, y sí, en la cruz de la moneda y en relieve aparecía la sierra con el Picón y TajosNegros de fondo.

Trigo por Oro.

Otra de las historias que recuerdo hace referencia a un molino ya desaparecido hace muchos años. Se trata del molino “El Tío Bueno” ( entend...