El Bandolero y el Arriero.

Hace menos de cien años cuando muchos de los vecinos de nuestro pueblo se ganaban la vida como arrieros o manojeros, era costumbre que fuesen a los pueblos vecinos (sobre todo a Guadix por ser el más grande) a vender vino, patatas y sobre todo los manojos, leña o carbón que traían o hacían en la sierra.

Esta historia cuenta lo que le ocurrió a uno de esos arrieros que con su ya viejo y maltrecho burro iba dirección Guadix por la rambla el agua para vender la carga de manojos que había hecho el día antes. 

Cuando menos se lo esperaba vio que no muy lejos en uno de los lados del camino, a la sombra de una gran mimbre llorona y entre las ramas que caían del árbol se apreciaba la silueta de un hombre joven y fuerte con un caballo tordo a su lado que aparentemente se resguardaban del inclemente sol de verano. Aunque también podía tratarse de un bandolero que estuviese al acecho de los caminantes que iban y venían en una u otra dirección.

Pensando en esta última posibilidad, al arriero comenzaron a temblarle las piernas, pues como muy bien sabía él, de tanto en tanto se oía decir que en el camino (sobre todo a la vuelta) algún salteador (bandolero) les esperase para arrebatarles el total o una gran parte del dinero que habían obtenido en la venta de sus productos.

Imaginándose lo peor, ya que no conseguía identificar quién era el hombre que con tanta tranquilidad parecía esperarlo, se preparó lo mejor que pudo y continuó el camino que cada vez los acercaba más y más. Al llegar a la altura de la mimbre se saludaron y entablaron una pequeña conversación. Algo después, aquel hombre le pidió un poco de comida y de bebida al pobre y asustado arriero, a lo que éste no se negó en absoluto, aún y cuando solo tenía para él un trozo de pan con chorizo, un par de manzanas y la bota con un poco de vino. 

A modo de justificación añadió: “Como puedes ver, el burro ya no puede ni con su alma, siempre somos los últimos en llegar a Guadix o a cualquier otro sitio y consecuentemente tengo más dificultades para vender bien lo que llevo”, en definitiva que las cosas no me van demasiado bien. 

Entonces y para sorpresa del arriero el desconocido le preguntó: ¿No sabes quién soy?, ¿No me reconoces? y el arriero con voz temblorosa respondió!  “No, no sé quién eres”, “Un viajero supongo”. El bandolero dejo de fruncir el ceño y con los labios entreabiertos en una mueca que casi dejaba que se le escapase la risa dijo: “Como me has caído bien, haré algo por ti: Ve a la Venta que hay en tal sitio, la que está junto al cortijo de fulanito porque me han dicho que vende un burro joven y fuerte por 3.000 reales”.

A lo que el arriero le contestó: “pobre de mí, si yo tuviera esa cantidad de dinero, antes que nada compraría ropa, calzado y comida para mi familia y para mí, pues hace ya mucho tiempo que escaseamos de eso”.

Ante tal revelación y sin pensárselo dos veces, el desconocido se dirigió al lugar donde estaba atado su caballo y de sus alforjas sacó una pequeña bolsa de cuero que entregó al arriero diciéndole: “Toma, aquí hay 3500 reales, ve donde te he dicho y compra el burro al dueño de la venta y el resto lo guardas para cuando llegue el frío del invierno que seguro te hará mucha falta.

Hablaron un poco más y en el momento de despedirse, ya con un semblante mucho más serio y con voz amenazante añadió: “Si no haces lo que te he dicho y vuelvo verte por ahí con este burro viejo, te doy una paliza a ti y te mato al burro”.

Después, los dos hombres se despidieron y se separaron para no volver a verse, (Al menos eso esperaba y deseaba el arriero). Cada cual siguió su camino y al llegar a Guadix (antes de lo que en el arriero era habitual), descargó la leña del burro en una posada, dejó la mercancía y el animal a cargo de su amigo posadero, para cumplir con lo que le había prometido al desconocido.

Se dirigió lo más deprisa que pudo a la venta que le había indicado y allí, tal y como le había dicho, pudo comprar un burro joven y fuerte por 3000 reales. Al cabo de unos días por las ventas, posadas y caminos se comentaba la noticia de que un conocido bandolero de la zona había asaltado la venta de tal sitio y se había llevado un botín de más de 4000 reales.

El arriero nunca comentó con nadie su encuentro con aquel bandolero, porque sabía a ciencia cierta que no era tan mala persona como muchos decían. Incluso tenía la impresión de que en más de una ocasión le había observado desde una distancia prudencial cómo le iba con su nuevo burro y cómo había mejorado su día a día.
 

Trigo por Oro.

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