El Peñón del Toro

Desde siempre ha sido tradición en el pueblo ir al Cerro Cobo por San Antón, San Blas y la Candelaria para hacer el chisco con bolinas o tomillos.

También era una costumbre que al pasar cerca de un solitario y enorme peñón que hay en la falda sur del cerro te dijeran: “Ése es el peñón del Toro” y si preguntabas ¿por qué tenía ese nombre? te contaban la siguiente historia:

Hace mucho, mucho tiempo, (después de perder la guerra con los Reyes Católicos) los árabes tuvieron que marcharse de estas tierras abandonando casi todo lo que tenían. Antes de marcharse, a una de aquellas personas se le ocurrió lo siguiente: Ante la imposibilidad de llevarse todo el oro y joyas que tenía, decidió esconderlas en un cerro de su propiedad que estaba cercano al pueblo, con la esperanza de que algún día no muy lejano pudiese volver a buscarlas.

Desafortunadamente para él, nada sucedió como esperaba y en lugar de volver al pueblo tuvo que irse al norte de África para conservar su vida y su fe. Pasaron los años, ya anciano y ante la certeza de que no podría volver a buscar su tesoro, llamó a su hijo y antes de morir le dijo: Recuerda siempre lo que voy a decirte porque es muy importante "Enfrente del toro está el tesoro”. Y viendo que su hijo no entendía lo que intentaba decirle añadió: “¿Recuerdas donde vivíamos antes de venir a esta tierra?”. El hijo respondió afirmativamente y entonces el padre continuó con su relato. Pues en una de las montañas que hay en aquel pueblecito, concretamente la que llaman El Cerro Cobo, y en un lugar bastante conocido del mismo, “El peñón del toro”,  escondí un cofre con suficiente oro y joyas para que tú y tus hijos viváis sin dificultades el resto de vuestras vidas.

El hijo no dio importancia a lo que le pedía su padre pensando que eran divagaciones de alguien que tenía muchos años y la mente poco clara. No obstante sí que lo comentó con más de un amigo en el convencimiento de que no dejaba de ser una locura más de las muchas que tenía su padre.

El caso es que aunque nadie le daba demasiada credibilidad al relato, tampoco lo olvidaron y la historia fue pasando de padres a hijos durante años y años (pasaron siglos) hasta que el relato volvió a España y también al pueblo. Desde ese momento, todo aquel que le daba crédito (y más o menos a escondidas) pasaba por el cerro y también por el pueblo buscando cualquier indicio que les permitiese dar con aquel tesoro escondido.

Pero todo fue inútil, pasaron años y años sin que nadie encontrase nunca el más mínimo signo de las riquezas que aquel hombre había enterrado hacía cientos de años antes, al marcharse a África. También en el pasado siglo fueron muchas las personas que vinieron a buscar el tesoro. Primero buscaron el peñón, después cavaron aquí y allá, y volvieron a cavar más profundo, siempre enfrente del peñón y siempre con el mismo resultado, todo era inútil, nadie encontraba nada, ni tan siquiera una mísera moneda para consolarse. Pero un día y por casualidad, un joven estudiante encontró lo que tantos otros no habían conseguido.

Sucedió así: el joven llevaba varios días haciendo hoyos sin obtener resultado positivo alguno. Cansado como estaba de cavar y cavar decidió descansar un rato y se le ocurrió hacerlo con una perspectiva diferente a la que había estado utilizando hasta ese momento. Desde el primer día siempre se había colocado enfrente del peñón y desplazándose arriba, abajo, izquierda o derecha buscaba la mejor alineación posible con la cabeza del toro. Pero pensó: y si me siento en el peñón, "en la cabeza", y desde allí busco la mejor localización posible. Dicho y hecho, cruzó el barranco, subió al peñón y fue a sentarse exactamente sobre la parte que representa la cabeza del animal. Llevaba en la mano un pico pequeño y mientras que con la vista buscaba la posible ubicación del tesoro, maquinal e involuntariamente con el pico daba golpecitos en la piedra y de repente, algo le llamó la atención, tanto, que dejó de buscar lejos del peñón. Ahora con toda su atención puesta en lo que hacía, repitió lo que hasta ese momento había hecho de forma mecánica, comenzó a dar golpecitos con el pico como hacía antes y sí, en una zona concreta de la roca el repiqueteo era diferente. Para cerciorarse golpeó con el pico en otras zonas del peñón, pero sólo en aquel punto el sonido era diferente. Repitió por tercera vez aquellos golpes y comprobó que la diferencia era real, no una ilusión suya.

Cuando estuvo totalmente seguro de que al picar en aquel punto concreto de la roca, esta sonaba a hueco, cogió el pico con las dos manos y golpeó con mucha más fuerza. La piedra se partió con el golpe y dejó a la vista un hueco hecho en la roca y dentro del mismo un cofre. Después de sacarlo con cuidado por si se rompía, forzó la cerradura y al abrir la tapa, comprobó que guardaba un magnífico tesoro. Aquel, que tantos otros habían buscado desde hacía mucho tiempo.

Y es que como había dicho aquel padre a su hijo "EN FRENTE Del TORO ESTÁ EL TESORO", (en la frente), no como todos lo habían interpretado  “enfrente del toro”. Una diferencia pequeña, pero que fue suficiente para hacer rico a aquel joven.

El Peñón de la Encantá

Muy cerca de Lugros casi, casi, tocando el río, pero en el término municipal de Polícar puede verse un enorme peñón con su parte delantera plana formando una vertical casi perfecta y de una altura considerable, (más de veinte metros)Pero lo más llamativo de todo no es su altura, la forma o el lugar en que se encuentra, sino su nombre: "El Peñón de la Encantá", pero ¿Por qué ese nombre? Las respuestas varían un poco unas de otras, pero en conjunto, todas coinciden en lo esencial.

Una de esas respuestas es la siguiente: Hace ya mucho tiempo, vivía en en el pueblo un jornalero joven y guapo que tenía un pequeño huerto frente al peñón, en la parte que pertenece a Lugros (En otros relatos es un pastor. Hay que recordar que el río separa los términos municipales de Lugros y Polícar). Las tierras del otro lado del río eran propiedad de un señorito que vivía en la capital y que tan solo venía por Polícar para cobrar las rentas de sus tierras o cuando quería disfrutar de unas pequeñas vacaciones.

Este señorito tenía una hija joven, guapa, con una larga cabellera rubia que le caía por su lindo talle y que a diferencia de las chicas de su época, le gustaba recorrer a caballo las tierras de su padre (normalmente acompañada por un criado), para disfrutar de la naturaleza y del paisaje.

Un día de primavera en el que casualmente la joven cabalgaba sola, quiso el azar que ambos jóvenes bajasen a la par al río y que se viesen por primera vez. Se saludaron mutuamente, se presentaron y en ese preciso instante en el pecho de cada uno de ellos nació el irresistible deseo de estar muy cerca el uno del otro. Sin pensarlo un momento el chico cruzó el río, le cogió una mano y la besó tímidamente, ella no le rechazó y respondió con otro beso más largo que los unió para siempre. Después se sentaron con las espaldas apoyadas en el peñón y se pusieron a conversar tan animada e íntimamente que sin darse cuenta pasaron varias horas.

Al apercibirse de ello, la joven dijo que tenía que marcharse inmediatamente antes de que su padre enviase los criados a buscarla. Pero no lo hizo sin antes darle un largo beso de despedida y citarse el día siguiente a la misma hora. Estas citas se repitieron de forma continuada y en secreto durante algún tiempo con el previsible final, ambos estaban profundamente enamorados y tan ilusionados que comenzaron a hacer planes para el futuro y por supuesto en ellos aparecía una boda.

Pero la realidad siempre nos pone los pies en la tierra y ellos se la encontraron al tener que informar al padre de la chica de sus planes. Cuando éste tuvo conocimiento de lo que ocurría, se opuso rotundamente no sólo a la boda, sino que prohibió a su hija que volviese a ver a aquel labriego, no pertenecía a su clase social y le esperaba un futuro bastante pobre. Los planes del padre para con su hija eran muy diferentes. Ya había preparado (concertado) un matrimonio de conveniencia con un rico heredero de la capital que le permitiría aumentar sus negocios y riquezas (El que este joven fuese totalmente desconocido para su hija carecía de importancia para él).

Ante tales perspectivas la joven se negó a obedecer los deseos de su padre y pensó en huir muy lejos con su joven enamorado. Pero esta opción era del todo imposible, su padre había ordenado a los criados que la vigilasen permanentemente, que la acompañaran en sus salidas de casa, y por supuesto quedaba prohibido salir con el caballo al campo. Pensando y pensando en cómo resolver su problema, un día llegó a sus oídos el rumor de que en un pueblo cercano, vivía una anciana que preparaba unas pócimas que solucionaban este tipo de problemas. Sin pensárselo dos veces ni escuchar a quiénes le avisaban de que aquello podía ser peligroso viajó hasta aquel pueblo, se entrevistó con la anciana y ésta, a cambio de una buena cantidad de dinero le proporcionó una botellita llena de un líquido verdoso.

Al despedirse, la anciana le dijo lo siguiente: “si quieres estar junto a tu chico para siempre tenéis que reuniros los dos en un lugar secreto y a la luz de la luna llena tomar el contenido de la botellita”. Entusiasmados con la idea de estar juntos para siempre, los enamorados se citaron una noche de luna llena al píe del peñón y juntos bebieron aquella pócima. Un instante después de hacerlo notaron que se mareaban y para no caer al suelo se dieron la mano e intentaron apoyarse en la pared de piedra. Pero para sorpresa y asombro de ambos, ésta no resistía su peso y ellos se hundían en su interior como si del agua de una piscina se tratase.

Los dos jóvenes desaparecieron para siempre, nunca más nadie supo de ellos y jamás pudieron encontrarlos. Hay quien asegura que si vas cerca del peñón en las noches de luna llena de primavera, podrás ver que la joven sale al exterior por lo que parece una puerta y a la tenue luz de la luna se peina su larga y rubia melena.
También dicen que si se mira con atención a un lugar concreto del peñón, a veces, puede apreciarse la silueta de los dos jóvenes que están y estarán abrazados para siempre. “Encantados por el hechizo de aquella bruja” que sin ninguna compasión hizo creer a aquellos inocentes que podrían vivir juntos para siempre sin antes avisarles de que sería bajo un hechizo y encerrados en un enorme y solitario peñón.

La Balsa La Mina.

En el cortijo del Marchalejo hay una balsa a la que llaman: “Balsa la Mina”, pero: ¿Por qué ese nombre para una balsa? La respuesta es simple y se encuentra en la siguiente historia.

En el cortijo trabajaba y vivía un aparcero al que no le agradaban demasiado las labores del campo, siempre estaba quejándose: "en estas tierras no hay suficiente agua para regar", "no merece la pena trabajar y trabajar para obtener tan pocos beneficios". Pero como tantas veces se había dicho a sí mismo, el mayor de todos los problemas era que no sabía hacer otra cosa que trabajar la tierra y por ese motivo tenía que aguantarse con ser un pobre labrador. Pero eso sí, siempre que podía se escabullía, se iba a la balsa a tumbarse un buen rato bajo la sombra de un gran árbol que hay allí.

Y plácidamente tumbado a la sombra, se dormía y soñaba que alguien le sacaba de su condición y de su pobreza, incluso despierto seguía imaginando cómo sería su vida si se hicieran realidad sus sueños. Llevaba muchos años ya esperando inútilmente el milagro y cuando estaba a punto de resignarse a su suerte, por razones que nadie se explica ocurrió algo sorprendente.

Una tarde de primavera en la que como de costumbre el campesino dormitaba a la sombra de aquel árbol tan querido para él, observó con curiosidad que una lucecita muy brillante revoloteaba alegremente entre las ramas del árbol al que comenzaban a salir las primeras flores. Sintió curiosidad por saber que era, y con mucho cuidado preparó su sombrero a modo de atrapa-mariposas para capturarla cuando se acercase lo suficiente. Tuvo mucha suerte y atrapó aquella extraña luz  en el primer intento. Después, con mucho cuidado y muy poco a poco comenzó a levantar el ala del sombrero, pero mientras lo hacía oyó un  extraño ruido que lo indujo a dejar el sombrero como estaba.

Después de reflexionar un rato decidió que tenía que abrir un poquito más el ala del sombrero para comprobar que lo que había oído antes era algo real y no imaginaciones suyas. Al acercarse de nuevo al sombrero para levantar el ala y comprobar qué había atrapado, escuchó una dulce vocecita que le decía: "libérame por favor, libérame y te concederé un deseo”. Soy un hada del bosque y si estoy encerrada en la oscuridad mucho tiempo “me moriré”. Al oír lo que decía el hada el cortijero pensó que este era el final de sus problemas y sin pensárselo dos veces respondió:

-“Quiero una mina inagotable” y el hada contestó:

-“Cierra los ojos, levanta el sombrero y que se cumpla tu deseo”.

El cortijero levantó el sombrero abrió los ojos y muy sorprendido vio que unos metros más abajo de donde ellos se encontraban de debajo de una roca comenzaba a salir agua sin cesar.

El hombre sin entender qué ocurría se giró hacia el hada para preguntarle, pero ésta, sin darle tiempo para que lo hiciese le dijo:

-“Tú sólo pediste una mina inagotable, y yo te he dado una mina, pero de agua, que es lo más necesario para estas tierras sedientas.

-Pediste que la mina fuera inagotable y ésta lo es, ya que nace de un ojo de mar y este no se acabará nunca, ni tan siquiera en los años de mayor sequía. Así que yo he cumplido mi compromiso contigo y sin más, desapareció para siempre.

El cortijero lamentó el resto de sus días no haber sido más listo a la hora de pedir su deseo, pues con lo que le concedió el hada, en lugar de quitarle trabajo ahora tenía mucho más, tuvo que construir una balsa “LA BALSA LA MINA” y con el agua de ésta, ya sin excusas regar y sembrar todas las tierras del cortijo.



La Cueva de la Zuela

Hace ya muchos años, cerca de donde hoy se encuentra el cortijo de la Zuela ocurrió algo sorprendente:

Un día en que un manojero (De entre los muchos que por entonces había en el pueblo) pasaba con su burro cargado de manojos cerca de la fuente que hay allí, vio extrañado que una señora mayor llevaba a la espalda un haz de leña tan grande y pesado que apenas la dejaba caminar. Al verla de aquella manera, el buen hombre ató el burro a una mata, se acercó hasta la anciana y le pidió que dejase la leña en el suelo, que él llevaría esa carga tan pesada hasta su casa. La anciana se quedó un poco sorprendida pero accedió a lo que el desconocido le pedía y lo condujo lentamente hasta su choza-cueva. Cuando el manojero hubo dejado el haz en la leñera, la anciana en agradecimiento, le dio un poco de carbón mineral, diciéndole que era lo más valioso que tenía. Y antes de dejarle marchar le advirtió varias veces que lo guardase como un tesoro, porque estaba totalmente segura que le sería muy útil, aunque a simple vista no lo pareciese.

El manojero por no despreciar lo que tan amablemente le ofrecía aquella anciana, cogió la piedra, se la guardó en el bolsillo de la pelliza y salió de la choza. Fue en busca de su burro lo desató y continuó tranquilamente su camino, pues, aún tenía que llegar a Guadix y vender allí la carga de manojos que era de lo que vivían él, su mujer y sus hijos.

Cuando bien entrada ya la noche el pobre hombre llegó a su casa, tenía frío y estaba cansado de todo un largo día de trabajo, se sentó en una silla frente a la lumbre y mientras se calentaba un poco, metió las manos en los bolsillos y al tocar algo duro recordó que al despedirse de él, la anciana de la Zuela le había regalado un trozo de carbón, lo sacó del bolsillo con la intención de arrojarlo al fuego, pero cuál no sería su sorpresa cuando al mirar la piedra, ésta ya no tenía el color negro del carbón, sino que ahora era dorada como si de una enorme pepita de oro se tratase.

El hombre no dijo nada a nadie, con la ayuda de un martillo rompió un trocito de la piedra y guardó el resto en un lugar seguro y secreto en su casa. Al día siguiente volvió a Guadix y cuando acabó su trabajo se acercó a una joyería y pidió al dueño (al que conocía porque le vendía manojos con bastante regularidad) que analizase el trocito de piedra que llevaba.

El joyero le confirmó que se trataba de oro, y de gran pureza además. El manojero volvió al pueblo y muy poco a poco (y en secreto) fue cortando trocitos a la piedra que al cambiarlos por dinero le permitieron: comprar un mulo más fuerte y joven que el burro que tenía hasta entonces, pagar sus deudas, adquirir ropa nueva para él, su mujer y sus hijos. En definitiva, pudo vivir más desahogadamente de lo que hasta entonces había hecho.

Pasó otras muchas veces por el lugar donde había encontrado a la anciana para agradecerle lo que había hecho por él, pero le fue imposible, jamás volvió a verla y nunca más supo de ella.

Pero cuando pasaba por la Zuela, cerca de aquella cueva, tenía la sensación de que alguien lo observaba y curiosamente, siempre le apetecía cantar una antigua cancioncilla que comenzaba así:


¡Hay! Adelfina,
¡Hada buena!
Que vives en tu cueva
Siempre tranquila,
Cuando paso por la Zuela …



El Martinico

En la Herrería, vivía una familia de labradores que además de preocuparse por el sustento de sus hijos y el suyo propio, tenía que aguantar “más por necesidad que por paciencia”, las inconveniencias, bromas y trastadas de un molesto huésped que se había colado en el cortijo.

El huésped en cuestión no era ni más ni menos que un “Martinico”, (Especie de duende o gnomo de un color entre verde claro y amarillo limón) cuya única ocupación y entretenimiento era: 

  • Gastar bromas pesadas.
  • Apagar las luces (candiles). 
  • Hacer ruidos en la alacena.
  • Tirar pucheros, cacerolas y otros utensilios de cocina. 
  • Esconder: ropa, comida, herramientas,... 

Y otras miles de cosas que se le ocurrían para pasar el rato y reírse a costa de los pobres labradores.

Desde el minuto número uno en que este molesto ser apareció en sus vidas, los labradores no tuvieron un momento de tranquilidad, de descanso o de paz. Su estado anímico rayaba ya en la desesperación y todo iba a peor día a día.

El martinico ya no se conformaba con ocasionarles problemas con utensilios, herramientas y bienes. Había dado un paso más y ahora les molestaba hasta la saciedad, los asustaba cuando menos se lo esperaban, los despertaba a media noche, habría las puertas del corral y de las cuadras para que los los animales se escapasen, ...

Hasta que un día cansados de la vida que llevaban y de la incomodidad que soportaban, la familia decidió reunirse a escondidas, lejos del cortijo (en el cerrillo San Gregorio) para hablar tranquilamente sin que el martinico les oyese, (parecía que tenía cien ojos y cien oídos, siempre estaba enterado de todo lo que se hablaba o se hacía en el cortijoy poder decidir qué hacer para librarse de semejante personaje. Optaron por abandonar el cortijo sin decir nada a nadie, procurando hacer el menor ruido posible.

Dicho y hecho, una fría tarde de otoño ya a punto de oscurecer, recogieron todos sus bártulos y pertenencias, las cargaron en el burro y la mula. Rápidamente y en silencio se encaminaron hacia el pueblo. Cuando pasaron la curva de la Tía Gora respiraron más tranquilos pensando que todos sus problemas quedaban atrás, en el cortijo. Pero qué equivocados estaban, unos minutos más tarde llegando ya a la altura del Peñón de la Vieja, el labrador se paró en seco y preguntó a su mujer:

-¿“Has cogido el baúl de la abuela”?

Y ella, después de pensarlo un momento, le contestó:

-¡“Con las prisas se me ha olvidado”!.

Hay un momento de indecisión en el que dudan entre “volver y coger el baúl” o seguir el camino al pueblo y olvidarse para siempre de aquel personaje tan desagradable. Pero desafortunadamente y para sorpresa de todos, no fue necesario tomar ninguna decisión, porque de detrás del Peñón, apareció el martinico con el baúl a la espalda y que con una sonrisa burlona les decía:

- ¡“No os preocupéis por el baúl"! He visto que os lo dejabais olvidado. Así que lo he cogido y lo traigo acuestas para dejarlo en la nueva casa.

Ante tal perspectiva, todos decidieron volver al cortijo y sobrellevar su problema de la mejor manera posible.

 

 

El Peñón del Escondido

Esta historia es real aunque también un poco anecdótica ya que trata sobre un joven cortijero y un peñón “El peñón del escondido”. Éste peñón se encuentra o se encontraba en el camino que iba del pueblo al Molino El Llano y a los Cortijillos entre otros.

Este peñón es conocido por mucha gente aunque también es muy probable que no todos lo identifiquen con el mismo nombre. El relato trata de este peñón y de un joven cortijero con novia en el pueblo a la que visitaba todos los domingos por la tarde. Cuando salía del cortijo para ir al pueblo era media tarde y por supuesto había luz del sol, incluso en invierno.

Al llegar al pueblo saludaba a los amigos y conocidos que encontraba por la calle y rápidamente sin ninguna otra distracción iba a buscar a la novia a su casa. Estaban juntos toda la tarde o bien con sus amigos. Llegada la medianoche se despedía de todos hasta la semana siguiente, acompañaba la novia a su casa y emprendía el camino de vuelta al cortijo. Pero a poco de comenzar a caminar y en más de una ocasión le ocurrió algo que le parecía muy sospechoso y que siempre lo ponía en un dilema.

Se trataba de lo siguiente: Al comenzar el camino cuando se inicia el descenso en dirección al molino que hay en el río, o un poco después. Desde el lado del pueblo veía, que en el otro lado, cerca del peñón o detrás de él, de tanto en tanto aparecía una luz que parpadeaba y que le recordaba la de un cigarrillo encendido en la oscuridad de la noche. Aquella luz, en un lugar tan extraño y a esas horas de la noche, le hacía pensar al joven, que alguien con no muy buenas intenciones le esperaba allí, escondido detrás del peñón, y no para saludarlo precisamente.

Así que por precaución y también por un poco de temor a lo que pudiese encontrar en aquel lugar, volvía sobre sus pasos y seguía la carretera por la Herrería (dando un largo rodeo) hasta llegar al Llano (al pino) donde retomaba el camino que le llevaba hasta su cortijo.

Una noche, cansado ya de tener que volver sobre sus pasos y dar aquel largo rodeo, se armó de valor, preparó un buen garrote por lo que pudiera pasar y siguió el camino de siempre, dispuesto "si era necesario", a pegarse con el gracioso, "o no", que se escondía detrás del peñón. Así que recorrió el camino con mucha cautela “y miedo también”, pero decidido a acabar de una vez y para siempre con todo aquello. 

Se acercó en silencio, con mucho sigilo y con el garrote preparado para sorprender al escondido, pero “sorpresa”, al rodear el peñón el sorprendido fue él, no encontró a nadie, aún más, después de estar observando en silencio "sentado" a unos metros del peñón, pudo comprobar que quién le había tenido en vilo durante tantas noches era una inofensiva luciérnaga “(Un gusanito de luz)” que ajeno a todo, se movía por la piedra como Pedro por su casa.

Al principio el joven sintió un gran alivio, después rabia y por último un ataque de risa, por lo tonto que había sido.
Más tarde ya en el cortijo y mucho más tranquilo se reprochaba no haber tomado aquella decisión mucho tiempo atrás y se habría evitado largas caminatas y miedos infundados.
 

La Loma el Perro

Hace ya mucho tiempo, cuando todavía era frecuente que en invierno los lobos bajasen por los alrededores del pueblo bien: porque en la sierra no encontraban comida suficiente, o cuando las intensas y duraderas nevadas que cubrían de blanco toda la montaña les obligaban a desplazarse a cotas más bajas.

Las consecuencias eran evidentes se acercaban mucho a los corrales de la Vega, el Haza la Cabaña, o las Ecarás. Incluso en alguna ocasión llegaban casi hasta los mismos corrales del pueblo, causando siempre malestar y preocupación sobre todo entre los pastores.

De entre los muchos pastores que por aquel entonces había en el pueblo, uno de ellos que tenía sus cabras en las Ecarás y el Cerro Cobo, encerraba a los animales en uno de los corrales que aún hoy pueden verse en la Loma el Perro. Cuando los lobos bajaban cerca del pueblo, en más de una ocasión, el pobre pastor para había tenido que quedarse a dormir en el corral para proteger a las cabras de sus ataques. Sobre todo en épocas de mal tiempo y con frío intenso. Porque si estos animales conseguían su objetivo y entraban en el corral, hacían estragos en el ganado, matando o hiriendo a muchos animales.

Cansado como estaba de esta situación y siguiendo los consejos de un amigo. En primavera viajó a un pueblo cercano y allí compró un cachorro de Mastín de los Pirineos al que crió entre los cabritillos con la leche de las cabras, haciéndole sentirse uno más del rebaño y enseñándolo para que cuidase de los animales y del corral.

Unos meses más tarde, aquel cachorro se había convertido en un perrazo enorme, con más de un metro de alto y una fuerza increíble.

Así que cada tarde, después de encerrar el ganado, el pastor podía irse a su casa y dormir tranquilo. Sabía que cuando aquel magnífico perro estaba de guardia, nada ni nadie (animal o persona) se atrevía a merodear por los alrededores y menos aún, a entrar en el corral.

Los pastores que encerraban en los corrales cercanos, pidieron a su vecino y amigo que dejase al perro fuera del corral, ya que si se movía libremente, al tiempo que vigilaba sus animales cuidaría también de los de ellos sin mucho más esfuerzo.

Al moverse libremente, poco a poco, el perro fue tomando posesión de aquella loma hasta que llegó un momento en que se convirtió en dueño absoluto de la misma, y cuando obscurecía, si él se quedaba de guardia en la puerta del corral, nada ni nadie pasaba por allí sin su permiso.


Porque era su loma, LA LOMA DEL PERRO.

Trigo por Oro.

Otra de las historias que recuerdo hace referencia a un molino ya desaparecido hace muchos años. Se trata del molino “El Tío Bueno” ( entend...