La Loma el Perro

Hace ya mucho tiempo, cuando todavía era frecuente que en invierno los lobos bajasen por los alrededores del pueblo bien: porque en la sierra no encontraban comida suficiente, o cuando las intensas y duraderas nevadas que cubrían de blanco toda la montaña les obligaban a desplazarse a cotas más bajas.

Las consecuencias eran evidentes se acercaban mucho a los corrales de la Vega, el Haza la Cabaña, o las Ecarás. Incluso en alguna ocasión llegaban casi hasta los mismos corrales del pueblo, causando siempre malestar y preocupación sobre todo entre los pastores.

De entre los muchos pastores que por aquel entonces había en el pueblo, uno de ellos que tenía sus cabras en las Ecarás y el Cerro Cobo, encerraba a los animales en uno de los corrales que aún hoy pueden verse en la Loma el Perro. Cuando los lobos bajaban cerca del pueblo, en más de una ocasión, el pobre pastor para había tenido que quedarse a dormir en el corral para proteger a las cabras de sus ataques. Sobre todo en épocas de mal tiempo y con frío intenso. Porque si estos animales conseguían su objetivo y entraban en el corral, hacían estragos en el ganado, matando o hiriendo a muchos animales.

Cansado como estaba de esta situación y siguiendo los consejos de un amigo. En primavera viajó a un pueblo cercano y allí compró un cachorro de Mastín de los Pirineos al que crió entre los cabritillos con la leche de las cabras, haciéndole sentirse uno más del rebaño y enseñándolo para que cuidase de los animales y del corral.

Unos meses más tarde, aquel cachorro se había convertido en un perrazo enorme, con más de un metro de alto y una fuerza increíble.

Así que cada tarde, después de encerrar el ganado, el pastor podía irse a su casa y dormir tranquilo. Sabía que cuando aquel magnífico perro estaba de guardia, nada ni nadie (animal o persona) se atrevía a merodear por los alrededores y menos aún, a entrar en el corral.

Los pastores que encerraban en los corrales cercanos, pidieron a su vecino y amigo que dejase al perro fuera del corral, ya que si se movía libremente, al tiempo que vigilaba sus animales cuidaría también de los de ellos sin mucho más esfuerzo.

Al moverse libremente, poco a poco, el perro fue tomando posesión de aquella loma hasta que llegó un momento en que se convirtió en dueño absoluto de la misma, y cuando obscurecía, si él se quedaba de guardia en la puerta del corral, nada ni nadie pasaba por allí sin su permiso.


Porque era su loma, LA LOMA DEL PERRO.

Trigo por Oro.

Otra de las historias que recuerdo hace referencia a un molino ya desaparecido hace muchos años. Se trata del molino “El Tío Bueno” ( entend...